CULTURA PARA LA ESPERANZA número 30. Invierno 1998.

¿ENTRETENIMIENTO O COMPROMISO?

    Tal vez el presente titular debería titularse con más exactitud "intereses, justicia y responsabilidad"; porque cuanto queremos subrayar es que, cuando en la llamada "lucha por la justicia" lo que prima son los intereses privados o de grupo, difícilmente el resultado suele ser la justicia, uno de cuyos atributos es la universalidad (que abarque a todos); ya que los intereses suelen ser encontrados y, a veces, imposibles de reconciliar.

     De ahí que una de las responsabilidades primeras de toda persona que lealmente se preocupe de hacer justicia sea buscar y proponer metas y objetivos comunes que superen los intereses particulares, ahondando para ello más en la naturaleza de la persona humana, para superar intereses superficiales hasta llegar a las auténticas necesidades humanas, que resultan ser con frecuencia de tipo espiritual, como la fraternidad, la vida compartida, el respeto y el amor mutuo, el seguimiento de la propia vocación, etc.

     Nos parece a nosotros, pues que la causa del malestar y de la conflictividad y violencia de la sociedad actual es que lo que la mueve son "intereses" diversos de grupos y personas y no un ideal de justicia.

    Y esto sin que neguemos que algunos o muchos intereses coinciden con auténticos derechos humanos. Es evidente que el interés de los parados por trabajar coincide con el derecho que tienen al trabajo, y el interés de los habitantes de las chabolas coincide con su derecho a una vivienda digna. En estos casos lo que distingue la justicia del interés es cuestión de acento en la intención con que se lucha. Puedo luchar porque "a mí" me conviene adquirir tal bien o porque yo, y conmigo todos los demás, estoy obligado a vivir con dignidad, dignidad que los otros deben, a su vez, respetar. En este supuesto mi lucha será solidaria y duradera hasta conseguir que todos adquieran los derechos por los que yo lucho o que ya adquirí.

 

    Quienes son testigos de la actitud actual, en relación con los emigrantes extranjeros, de muchos españoles que fueron emigrantes en Francia o Alemania hace 25 o 30 años, comprenden con facilidad lo que queremos decir.

     Todas estas elucubraciones -si así quieren calificarlas- nos las han sugerido diversos hechos. Manifestemos algunos:

 

1.- En Madrid, en los últimos meses, ha habido multitud de manifestaciones: contra la Otan, a favor de los insumisos, contra la droga, por la defensa del aceite y del olivo, contra el paro, contra la situación de los presos, contra la globalización económica y contra Maastricht, a favor de Chiapas, contra el racismo, etc. etc. Pocas han alcanzado el número de 1.000 personas.

     Y no es que nosotros neguemos que en todos estos hechos se luche por causas justas. Compartimos estas causas como justas. Si acudimos a tales hechos, prescindiendo de aquellos que llevan directamente a la explotación, a la exclusión, al abuso de poder, etc, es porque deseamos hacer ver que en la lucha por la justicia los particularismos pueden ser enormemente perjudiciales y desviar, con frecuencia, del objetivo principal.

     Tampoco es que nosotros pretendamos que todos los grupos hagan lo mismo y cubran todos los frentes de lucha, pero sí hubiéramos deseado que en tanta manifestación apareciese más clara la "radical injusticia" del sistema y un horizonte, también claro, de cambio social; lo que hubiera conseguido una mayor confluencia de grupos diversos. Grupo a grupo el sistema puede con todos. No está, por tanto, demás que, por encima de intereses y preferencias, se dialogue y se confluya en objetivos más profundos y generales.

 

2.- Gracias a Dios parece haber un "ambiente antibelicista" en nuestro país. Pero ¿acaso

no se han confundido los términos creyendo que la paz trae la justicia y no al revés: que, más bien, la justicia precede a la paz, siendo ésta el fruto más logrado de aquella?. Pocos han entendido las palabras de Francisco de Asís: "Si poseemos bienes, necesitamos defenderlos". ¿Cuantos de cuantos vociferan contra los ejércitos están dispuestos a arrostrar los sacrificios necesarios para elevar el nivel de vida de los países pobres hasta igualarlos con nosotros y, de esa forma, lograr que los ejércitos no tengan que defendernos de los pobres que aquí intentan venir atraídos pos el brillo de nuestra riqueza?

     El ejemplo es extremo, pero ilustra bastante sobre la diferencia entre "entretenerse" con una causa justa como la de la paz y "comprometerse" en vida y hacienda con la justicia.

 

3.- Los sindicatos de Telefónica Española que, junto con la empresa, gestionan un fondo de pensiones de 370.000 millones de pesetas, parecen dispuestos a vender a la Banca privada la gestión de tales fondos. Los sindicatos recibirían por ello un mínimo de 2.000 millones de pesetas que no les vendrían mal para sus arcas particulares y para pagar su burocracia.

     Esta abdicación de responsabilidad -de los sindicatos y su asociados- ¿no favorece el dominio del capital sobre el trabajo? ¿Van los bancos a administrar tales fondos con más justicia?

     Meditando en hechos así se comprende que no coinciden intereses y responsabilidad. ¿No parece absurdo entregarse en manos ajenas y luego gemir y llorar porque los capitalistas nos maltratan?.

 

4.- Las numerosísimas ONGs españolas no llegan, por término medio, a 100 socios por organización. ¿Tiene algún sentido esta atomización ante el ingente problema de hacer justicia a los pobres? ¡Si al menos hubiera una eficaz coordinación...! Es evidente que no puede realizarse la justicia con tal individualismo organizativo. Aparte, como abundantemente hemos insistido en esta revista, su enrocamiento en las tareas asistenciales y de beneficencia, que tantas veces enmascara las injusticias, y , con harta frecuencia, perpetúa a los beneficiarios en la minoría de edad.

     Ante este panorama ¡cómo querríamos que en las luchas cotidianas no se olvidara la causa más profunda del malestar social: la cultura en que vivimos! ¡Cómo anhelamos que haya grupos que luchen específicamente contra tales raíces culturales de la injusticia y la violencia! Eso sí sería un compromiso y no un entretenimiento.

     En primer lugar se impone la tarea de pacificar el espíritu del hombre exasperado y devorado por una insaciable sed de poseer bienes materiales y consumirlos en continua espiral de creación de toda clase de necesidades artificiales. Apetencia que se ejerce sobre bienes escasos que necesariamente lleva a la lucha de unos contra otros por la posesión y disfrute de tales bienes. La cultura de la violencia, aneja a la cultura occidental, en esta apetencia tiene su origen. De las conquistas y colonización del mundo por las naciones occidentales al imperialismo del neocapitalismo liberal actual hay línea recta.

     Reintegrar de nuevo al hombre a la comunión con sus hermanos, aplacar su insaciabilidad con la fraternidad y la contemplación, abrirlo a la trascendencia de un Tu, liberación y compleción, es la base de una necesaria nueva cultura: la del don frente a la posesión.

     Esta cultura, socialmente apenas estrenada, no puede transitar por los trillados caminos de la violencia, la agresividad y la competitividad. Denuncia profética y testimonio paciente son su forma de edificar la justicia. La no violencia activa, la desobediencia civil, la austeridad y comunión de bienes, el respeto a la naturaleza, la fortaleza ante la violencia recibida son sus instrumentos. Porque hemos dicho testimonio paciente; lo que significa sufrir las acometidas de la injusticia en propia carne. La violencia que se aguanta, no la que se inflige, es la que salva. La violencia se acaba desvaneciendo cuando no se contesta.

     Demasiado ha avanzado nuestra civilización por sendas de violencia para que

sigamos haciendo oídos sordos a las ya viejas palabras del Mahatma Gandhi: "Ojo por ojo, todos ciegos". Dígalo quien lo diga, sólo desde una postura de vencedor -para lo que es necesario que haya vencidos- puede afirmarse que "la violencia es la partera de la historia". Mala historia si esto fuera verdad absoluta; porque ¿quien hace justicia a las víctimas, es decir, a los vencidos?. Porque no es lo mismo hacer justicia que eliminar, marginar o silenciar.

     Los camino de Gandhi o de Luther King -y sobre todo su vida- están más cerca de la verdad que los nuestros. Si hay algún criterio para juzgar la autenticidad de cualquier religión es, sin duda, su forma de hacer justicia entre los hombres, de justificar a los hombres recreándolos y no destruyéndolos. Tal vez los cristianos no hayan descubierto suficientemente las implicaciones de su fe, no tanto en cuanto a la obligatoriedad de hacer justicia

cuanto, sobre todo, en el modo y talante de hacerla.

     La civilización de la violencia ha llegado ya -o está a punto de llegar- a su fin y límite con la dominación del mundo a través de la economía financiera-transnacional que deviene también dominio político y militar. Muy pocos, INJUSTAMENTE, nos dominan amenazándonos con toda clase de armas e intentando manipular nuestras conciencias. En esta situación, por métodos violentos los grupos y los pueblo pueden crear disturbios e incluso el caos, pero nunca la justicia.

     Por exigencias de la historia, precisamente, se imponen los caminos de la no-violencia, o sea, los del amor.

     Traducir esto a fórmulas económicas, políticas y sociales conlleva imaginación y coraje. A ello querríamos convocar a cuantos con honestidad se preocupan por el hombre. No es hora de parchear, sino de crear algo nuevo. El paso previo es entregar la vida a ello, no unos ratos libres; y asumir los riesgos en la seguridad de que únicamente "quien pierde su vida, la salva".

ACCION CULTURAL CRISTIANA. Sierra de Oncala 7, Bjo. Dcha. 28018 Madrid (España) Correo electrónico: acc@accionculturalcristiana.org