CULTURA PARA LA ESPERANZA número 35. Primavera 1999
Retos educativos sobre el valor de la vida
I.- EDUCAR ES DESNUDARSENo sé si os habéis sentido desnudos al educar. Un sentimiento de pudor lo hace incómodo. Lo peor no es que en el momento en que pronunciamos una enseñanza, nos desnudamos, sino que quedamos irremisiblemente desnudos para los restos. No es educador el que habla y se va, sino quien se queda para que su comportamiento y actitudes sean expuestas constantemente al juicio de aquellos que escucharon. Creedme: si no experimentáis este vértigo de la desnudez pública, no sois educadores. O bien no creéis en lo que estáis enseñando y no lo pensáis realizar o bien planteáis propuestas mínimas que cualquiera puede cumplir sin mejorar por ello.
"Dura lex, sed lex". Esta es la ley de la educación, que ante todo es educación en valores: hemos de dar permanente ejemplo de lo que proponemos y hemos de hacerlo hasta en los pequeños detalles. Nos guste o no, el educando se conduce con cierta arbitrariedad. Prefiere pillarnos por sorpresa. Tiene un finísimo olfato para la hipocresía. Busca escurrir el bulto del esfuerzo y del compromiso, afanándose por detectar en su educador la más leve incoherencia entre lo que expone por su boca y lo que pone en sus actos. No le importa tanto la contradicción teórica como la incoherencia vital. Por eso, el educador es el que propone valores, queda comprometido a dar ejemplo. Esta desnudez que le hace blanco de todas las miradas, puede desenmascararle como farsante o bien puede desenmascarar a otros farsantes agazapados y comodones que ven perder excusas para su inercia de mediocridad.
II.- EDUCAR SIN PRESUPUESTOS
Bien, supongamos que tenemos las agallas suficientes. ¿Y eso de educar cómo se hace hoy en día?... Todo el mundo habla de grandes cambios a escala planetaria, desde los doctos hasta los más callejeros comentaristas. Acaso habrá que pensar que cuando algo está en boca de todos, es que es mentira. O, por lo menos, que se trata de una notable exageración. Pero no empezaremos rebeldes y admitiremos cuanto de verdad haya en esa percepción tan proclamada. Y, con tal propósito, no nos quedemos cortos: ¿hoy hemos de educar sin presupuestos!.
No decimos "sin prejuicios", que eso ya está muy manido. "Sin presupuestos" es la consigna que parece liberarnos de toda rémora histórica, de toda atadura del pasado, pero que también nos aboca a un caminar a tientas, en tinieblas. Aunque desde hace dos siglos, desde que irrumpieron los ilustrados, llevamos diciendo que acabó la autoridad y que nuestra razón por fin es autónoma, parece que ahora va más en serio que nunca.
Nunca como ahora se ha impugnado y marginado la conciencia de moral y derecho natural y de naturaleza humana. Y nunca como ahora se ha hecho tantos ascos a lo divino. Hasta se podría hablar del "efecto Drácula". AL igual que el conde de Transilvania huía horripilado ante un crucifijo o una iglesia, mucha gente hoy huye y rehuye todo lo que sea una propuesta religiosa. No importa lo razonable y coherente que sea. El problema no es tanto que exija creer. Lo que es creer, de un modo u otro, ya lo hacemos continuamente. El problema es que una religiosidad auténtica exige pensar muy en profundo y, sobre todo, un pleno compromiso. Pensar: ?qué trabajo!. Para pensar de veras también hay que desnudarse, al menos ante uno mismo, porque pensar es educarse. Pero hoy se estila esconder las vergüenzas espirituales (hoy nadie peca, dicen) y lucir las cachas pulidas en el gimnasio. Se desconsidera una real base común de conducta digna para todos los humanos, tanto en el aspecto inmediato de lo natural o intrínsecamente humano, como en el aspecto fundacional de lo divino. Claro está, que todo esto se ciñe a los países de generalizada riqueza ostentosa y consumista.
Escarbemos. Un presupuesto clave que ha sido eliminado de la vida moral, es el de sacrificio, el de la necesidad de sacrificio. ¿Resultaremos aguafiestas si sostenemos que toda buena educación conlleva un conocimiento experiencial del sufrimiento?. ¿Cómo subrayar la importancia del sacrificio en una sociedad alérgica a la noción de deber, en la que, en palabras de Muñoz Molina, domina "el rechazo automático y airado de toda sospecha de obligación o de deber, de todo indicio de responsabilidad hacia los otros o de agradecimiento y reflexión por los derechos de los que disfruta"?
Precisamente por toda esta blandenguería a los educadores no nos queda más remedio que redoblar nuestro personal sacrificio, nuestro testimonio sacrificial. Y los presupuestos siguen ahí. Los quieran mirar o no. El mundo y la historia no se sostiene sobre arena. Pero educar "sin presupuestos" significa que, aunque nosotros asumamos unas bases de lo que es naturalmente bueno y humanista, nuestros educandos no lo hacen. Mentores que citar no les faltan. Y es más: se muestran intransigentemente críticos con los clásicos 'presupuestos" o principios de la moral, pero cándidamente receptivos a criterios muy derivados y chocantes, con tal de que se decoren con el señuelo de "nuevo".
III.- EDUCAR EN LOS NUEVOS-VIEJOS PRESUPUESTOS
Buena parte del sacrificio del educador-nudista consistirá en estar dispuesto a que le cuestionen todo lo que él considera más básico y seguro. Le dejarán en cueros y él tendrá que dar razón hasta de la más íntima prenda que ose seguir vistiendo "todavía". Además, tendrá que armarse de paciencia para intentar desnudar a su criticona audiencia a fin de que sea más crítica ante una serie de "presupuestos", aparentemente nuevos, que engulle a golpe de publicidad. Finalmente, la "nueva" sociedad no es tan nueva ni carece de presupuestos. Simplemente los ha cambiado, pero estos otros presupuestos no son tan nuevos. El imperio de la comodidad frente al del sacrificio no refleja más que una inveterada tendencia humana.
En todo caso, la novedad, que no es pequeña, reside más bien en una jungla de artilugios tecnológicos y lúdicos que han cubierto nuestra naturaleza de una segunda naturaleza robótica. En sí misma puede ser muy útil. ¿Pero sabemos darle un sentido y un uso humanista?. ¿No somos tractoristas al mando de bólidos?. ¿Está nuestro progreso espiritual a la altura de los avances técnicos?. El educador no tiene por qué ser experto en cada una de las novedades del mercado tecnológico, cosa harto difícil. Pero sus actitudes deben estar templadas como para saber discernir y enseñar a discernir ante cada nueva ola publicitario-tecnológica. Desde el tamagochi hasta la videoconsola.
Precisamente juguetitos tecnológicos como éstos representan el gran presupuesto actual de la sacrosanta privacidad. Lo social y lo político se considera "cosa de los políticos". Cada cual procura encerrarse en su mundillo, normalmente diseñado por alguna de las empresas de ocio, desde la absorbente telebasura hasta las "sex-shops". Apenas se deja el trabajo (si se tiene), se trata de participar en un gigantesco juego del rol que tiende a abarcar toda la sociedad, esto es, toda la sociedad bienestante. Al pobre no le queda más papel que el de pobre. A los demás se les vende la ilusión de la "interactividad", que camufla la más inmovilista de las actitudes. Incluso gran parte de las actividades ornamentadas con el rótulo de "solidarias", pertenece más bien al "ocio caritativo". Éste en absoluto pretende erradicar las causas de la injusticia a través de un compromiso pleno y reflexivo.
IV.- EL VALOR DE LA VIDA HUMANA
Ahí empieza y termina la educación, en el valor que sobre la vida humana transmitimos. Desde él se ordenan los demás valores. Todos los valores son valores de la vida. Un valor de muerte es un antivalor.
Un valor tan básico sólo se transmite si se comparte. Menos que nunca aquí no valen caretas ni apaños. La desnudez del día a día, del esfuerzo y del sacrificio diario por sacar adelante vidas humanas, es lo que educa. Esta desnudez total sólo cabe en la vida familiar, lugar donde más se lucha por sacar adelante vidas humanas, donde se acogen y se acompañan hasta la muerte. Como en ningún otro ámbito, en la familia se valora la vida de cada ser humano por sí misma, con independencia de su utilidad o prestaciones. La familia es el lugar apropiado de transmisión de la vida humana y, por ende, de transmisión del valor de la vida humana. El valor se inspira de la fragancia de lo real.
¿Cuál es el reto fundamental que abordamos en cuanto al contenido del valor de la vida humana?. Los retos subsiguientes serán tan exigentes, que en la base no resta sino tomar un rumbo firme o ir a la plácida deriva. Caben dos actitudes básicas sobre el valor de la vida humana: la hedonista y utilitarista o bien la de respeto incondicionado.
En la primera se aprecia una vida humana en la medida en que no ocasione demasiados problemas y proporcione ventajas. Cierto que esta popular postura admite grados diversos. Dentro de ella hay quien asume un notable nivel de esfuerzo y sólo cede ante vidas humanas con mucho "lastre" para la sociedad. Pero, de todas formas, acepta sacrificar vidas humanas ante un valor de provecho de otra vida humana que no ve peligrar su vida. Los sacrificios humanos al dios Provecho (conocido también bajo las advocaciones de "Comodidad", "Bienestar", "Placer", etc.) siguen realizándose. Entre las víctimas de carne y hueso es sacrificado el propio valor auténtico del sacrificio, aquél realizado por amor y respeto incondicionado a la vida humana.
El respeto incondicionado hacia la vida humana no sólo no conoce distinciones de valor en función de la raza, el sexo, la edad, la profesión, la nación, la cultura, el linaje, la clase social, la ideología o la religión, sino tampoco por la utilidad que puede proporcionar. Desde la concepción de una nueva vida humana hasta su extinción natural la vida humana es querida y cuidada, especialmente aquella que no es querida y cuidada. Si se abre la veda, no habrá diques de contención seguros. Y nadie sabrá con certeza si es respetado por su utilidad o por sí mismo.
V.- ARTE Y PARTES DEL EDUCAR PARA LA VIDA
Como vemos, el arte de educar pertenece al arte de vivir. Sólo viviendo los valores realmente humanos, los transmitimos realmente. La vida desnuda enseña más que las palabras vestidas.
Al educador-artista no se le podrá requerir una constante obra maestra, que ni siquiera tiene por qué llegar en un momento determinado de clímax. Pero se espera de él que no cometa ninguna bajeza que confunda a los que de él aprenden. Al escritor no se le pide que hable en verso, pero sí que muestre con espontaneidad una dicción digna y noble. Análogamente, el educador debe responder de modo creativo a cada nueva situación, desde la coherencia con unos principios, a la vez personalizados y universales.
Ahora bien, de ninguna manera el arte rebaja el deber de la disciplina y de la amplitud de miras. El artista conoce bien la métrica para medir y la brújula para viajar. Y es nutrido el número de dimensiones que cultivar en el valor de la vida, tanto desde un punto de vista informativo y formativo, como desde una instancia más meditativa y axiológica: la biológica y médica, la económica, la jurídico-política, la psicológico-social, la pedagógica, la ética y la religiosa. Esto significa que ante todo no debe haber tabúes. Tal vez el educador no está ducho en todas o en muchas de tales materias, pero si muestra actitud abierta para aprender y escuchar sobre ellas, dará su lección.
VI.- CRITERIOS DE PRIORIDAD
Son tantos los retos y las tareas implicadas, que no se pueden afrontar todas a la vez. Se necesitan unos criterios de prioridad. Vivir con criterio para transmitir criterios. Los nuestros han de proclamar el valor de la vida por sí misma. Han de ocuparse de aquellos casos donde la vida humana esté más amenazada. Y por referirse al valor fundamental, el de la vida, estos criterios establecen las urgencias morales primeras. Distinguimos tres criterios complementarios.
En primer lugar y lógicamente, la pérdida de vidas humanas es lo más preocupante y cuanto mayor es el número de muertes humanas, mayor es un problema. Otro criterio de gravedad moral es el grado de indefensión y de violencia que sufren las víctimas. Merecen nuestra prioridad educativa y de compromiso social los más débiles de los débiles y los que sufren mayor violencia. EL tercer criterio estriba en el nivel de falta de conciencia social. Cuanto más aceptado u olvidado es un crimen, más urgente es su denuncia.
En suma, la mayor inmoralidad, lo más inhumano y lo más contrario a la educación es matar una vida humana, sobre todo con violencia o brutalidad, si la víctima es indefensa y, si en lugar de repudio social, el crimen recibe la aprobación o la aceptación social mayoritaria.
El resultado es que el atentado más grave contra la vida humana es el aborto. Este juicio lo avalan: cincuenta millones de víctimas mortales cada año en el mundo, según los cálculos menos elevados, métodos extremadamente brutales para el embrión o el feto y para la madre: descuartizamiento, quema en solución salina, etc.; el vuelco en la opinión pública hacia el abortismo y la dejadez incluso de grupos y personas que se dicen de mentalidad pro-vida.
Educar sobre el valor de la vida exige desnudarse en el buen ejemplo acogiendo la vida humana en todas sus circunstancias, ya sea en estado terminal o embrionario, y sin rechazar a ningún discapacitado. Tal coherencia con el valor prioritario de la vida exige lo que hoy más rehuye el personal: sacrificio. No un sacrificio inútil ni masoquista, sino un sacrificio por amor al más débil. Un sacrificio de autodonación a quien ni siquiera me lo puede agradecer.
Difícil hoy por hoy educar en el valor de la vida. Ya no es un valor presupuesto. Y es difícil en familias donde el niño está rodeado de muchos juguetes electrónicos, pero de muy pocos hermanos, donde apenas hay comunicación ni una espiritualidad compartida y donde el tabú y la ignorancia impiden contrarrestar el confusionismo y la manipulación bioéticas existentes en la escuela y los medios de comunicación. El educador cuidará los pequeños detalles, pero ya es hora de que empiece por los grandes detalles del estudio y de la militancia social a favor de la vida humana de los más débiles. Ellos nos miran.
Pablo López López.