CULTURA PARA LA ESPERANZA número 36. Verano 1999.
El precio de la paz
“ Ya entonces le dije al cardenal de Viena que, si de lo que se trataba era de construir una Gran Serbia con crímenes, yo me negaba a participar en ella. Que si Serbia debía ser así, era mejor que desapareciese. Lo mismo me da si es una Serbia pequeña. Rechazo pertenecer a un país así. Esta es la fe de nuestros padres: que sobre el mal no puede construirse el futuro de nación alguna”.“En 1992 Izetbegovic, presidente de Bosnia, y los serbios, entre otros Karadzic, cerraron un trato. Clinton no lo aceptó y los EE.UU forzaron otra solución… Una y otra vez los más poderosos imponen sus criterios, pero el uso de las bombas en Kosovo ha demostrado la debilidad de los supuestos principios democráticos, porque sólo los débiles usan la violencia”. (Pavle, patriarca de la Iglesia ortodoxa serbia).
Aunque esta reflexión va a estar centrada en torno al conflicto de Kosovo quisiera empezarla haciéndome eco de un acontecimiento que se ha producido hoy, y que ha pasado casi inadvertido por los medios de comunicación que nos han ido transmitiendo día a día un detallado parte de guerra de “nuestro” conflicto (el de Kosovo), olvidando los “demás” conflictos (Sudán, Eritrea, Congo, Angola, etc). Hoy se ha firmado la paz entre el Gobierno y el Frente Revolucionario Unificado (RUF) en Sierra Leona.
Sierra Leona es ese
pequeño país africano del que ya nadie se acuerda, pero que
sacudió nuestras sensibilidades adormecidas hace escasamente cuatro
meses con la exposición por parte de los mass media de imágenes
tomadas en Freetown, su capital, en las que la guerra mostraba su auténtica
faz. Un rostro muy distinto al presentado en las sesiones informativas
de la OTAN, donde el mundo de lo real se asemeja en demasía a una
sesión de video-juegos. Unas imágenes, las de Sierra Leona,
en las que lo
primario de un machete
no dejaba lugar a especulaciones sobre humanitarismos o daños colaterales,
y es que en el Norte somos “civilizados” hasta para hacer las guerras,
pero en el Sur ya se sabe… en el Sur “tienen que mejorar”.
La OTAN, con su “intervención” en Yugoslavia, ha revolucionado la forma de hacer la guerra: las bombas, si mataban, eran penalizadas; si se alcanzaba un objetivo indeseado era un error tecnológico; era inaceptable, en pleno conflicto, que el ejército del país al que se bombardeaba retuviera a dos soldados americanos ¿pero quién se han creído que son para retener contra su voluntad a dos soldados del bando claramente vencedor?; y, por supuesto, objetivo de bajas: ¡Cero!, que eso de las bajas desgasta políticamente. Vamos, pura “elegancia”.
Lo cierto es que la desigualdad de fuerzas ha sido de tal calibre que a uno le queda la sensación de que más que asistir a una nueva forma de hacer la guerra, hemos presenciado, en cierto modo, la instauración de una nueva forma “educada” de linchar. Esto puede resultar malsonante a nuestros oídos, porque linchamiento es lo que ha hecho Milósevic con el pueblo Kosovar, y sus “razones”, la limpieza étnica, no debieran ser comparables a las de la OTAN, “injerencia humanitaria”. Pero debemos acostumbrarnos a distinguir hechos e intenciones para contrastar en buena medida la autenticidad de éstas últimas. Todos sentíamos que no podíamos quedarnos de brazos cruzados ante la barbarie de Milósevic, pero a una barbarie no se la puede suplir con otra barbarie. ¿No hemos percibido claramente la situación de indefensión del pueblo Kosovar, a pesar de la existencia de la UCK (Ejercito de Liberación de Kosovo)? y, ¿no hemos tenido la misma sensación de indefensión del pueblo serbio ante los bombardeos nocturnos?.
Debemos tener presente que si bien Kosovo era la región más deprimida con diferencia de Yugoslavia, Serbia no tenía una situación muy halagüeña: con 2,5 millones de personas trabajando tenían más de 850.000 parados, entre ellos casi el 60% jóvenes entre 15 y 27 años; 3/4 partes de la población sobrevivía gracias a la economía sumergida, recordemos que en poco más de 5 años han tenido que absorber a cerca de 700.000 refugiados serbios como consecuencia del conflicto de Bosnia-Herzegovi-na, que llegaban en condiciones de extrema pobreza en buena parte de los casos; los jubilados recibían su pensión fraccionada y con retraso, de forma que dentro de la escasez una parte de la paga se gastaba en tranquilizantes, etc. Hoy, después de los bombardeos, se puede afirmar que si los indicadores económicos que hace una década mostraban una Yugoslavia privilegiada en relación a los países del Este, la han devuelto a niveles cercanos a los que tenía a finales de los años 60.
La estrategia de ”injerencia humanitaria” de la todopoderosa OTAN ha sido cuando menos desconcertante. Lejos de apostar por soluciones en la línea de la interposición que diera garantías a la seguridad de la población kosovar, su estrategia ha ido encaminada a hacer una demostración de fuerza. Así, mientras la OTAN golpeaba al régimen de Milósevic, éste golpeaba a los albanokosovares. La cuestión, desde un punto de vista estratégico era simplemente una cuestión de tiempo, pero desde el punto de vista humano ha sido una catástrofe. En esto la OTAN no ha sido novedosa a la hora de afrontar la guerra, las cifras provisionales así lo confirman: cerca de 1 millón de refugiados albanokosovares y habrá que esperar todavía unas semanas para poder estimar la cuantía del nuevo éxodo, en este caso serbio, tras la rendición del régimen de Milósevic y el regreso de los refugiados albanokosovares a sus antiguas poblaciones; unos 5.000 muertos albanokosovares en Yugoslavia; 1.200 civiles serbios muertos y unos 6.000 heridos de los que cerca del 40% son niños y ancianos; unos 5.000 soldados serbios muertos, además de cientos de desaparecidos.
¿Es que no hay otro modo de resolver los conflictos? Somos capaces de enviar un artilugio a Marte que pasee por su superficie y nos envíe imágenes para estudiar ese planeta en tiempo real; somos capaces de enviar una sonda espacial para que se pose sobre un meteorito y nos envíe datos para conocer mejor el origen del universo; y a las puertas del Tercer Milenio, ¿no somos capaces de resolver los conflictos más que con la guerra?. ¡Qué grande es lo accesorio en este mundo desarrollado del que formamos parte y qué pequeño es el espacio que dejamos a lo esencial!.
Lo trágico de todo esto, es que buena parte de la gente sigue aceptando la guerra como solución. Probablemente esto sea así porque vivimos en un mundo individualista en el que una vez que un problema nos desborda individualmente, el recurso al uso de la fuerza se convierte en la solución más fácil, y esto no sólo en el campo militar sino también en los distintos campos de la vida: desde la violencia doméstica en sus distintos grados, hasta las relaciones laborales, donde la primera bombilla que se les enciende a algunos cuando hay que hablar de reducir costes es la de directamente echar gente a la calle.
Si Occidente, tiene ganas de hacer “injerencias humanitarias”, pues que las haga, pero no bombardeando a Sudán o Angola, que no quiero yo dar ideas a estas buenas gentes, que hagan sus “injerencias humanitarias” contra Wall Street, contra el FMI, contra el Banco Mundial… y después contra sí mismos.
Pero antes de entrar en el terreno de las propuestas querría detenerme en otros dos mensajes que hemos recibido repetidamente, además del de la “injerencia humanitaria”, porque creo que han sido importantes de cara a que la gente formara su propio criterio ante los bombardeos.
Javier Solana, recientemente nombrado mister Pecs como reconocimiento a su labor desarrollada en el conflicto de Kosovo, afirmaba en una entrevista poco después de dar luz verde a los bombardeos que “el recurrir al uso de la fuerza es siempre un fracaso colectivo…”. Si esto es realmente así, y personalmente lo comparto, surge la pregunta ¿cómo justificar entonces los bombardeos?. Su respuesta continuaba “… pero en este caso hay un responsable que es Milósevic”, con esta coletilla Occidente lavaba sus manos de toda consecuencia negativa derivada de su intervención en la ex-Yugoslavia. Este discurso ha sido repetido una y otra vez, de forma machacante, como un argumento definitivo: “el fin del conflicto está en las manos de Milósevic”, como si la OTAN tuviera las suyas atadas, cosa que es falsa.
A la vista de los contenidos del Tratado que ha parado los bombardeos, hay que preguntarse si realmente la OTAN tenía las manos atadas o en realidad lo que perseguía era una victoria “por K.O. y no a los puntos”. Digo esto porque no pocos analistas coinciden en afirmar que los contenidos de este Tratado y los de las conversaciones que tuvieron lugar hace unos meses en Rambouillet buscando un solución negociada a la situación, coinciden prácticamente en su totalidad, salvo en una cuestión que ahora tiene que aceptar Belgrado, y que en su día la delegación serbia consideró como bloqueante. Me refiero a la presencia en Yugoslavia de tropas internacionales bajo mando militar de la OTAN. El resto de las cuestiones eran negociables y, en cierto sentido, aceptables, incluido un referéndum sobre la independencia de Kosovo en un plazo de tres años que ahora ha desaparecido. Siendo esto así, no se puede afirmar que todo estaba en las manos de Milósevic, y hay que cuestionar la necesidad de la intervención militar en los términos en que se ha producido.
Habrá quien argumente que Milósevic estaba toreando a la diplomacia internacional mientras masacraba al pueblo kosovar, y que era preciso el saltarse a la torera a la ONU y al Consejo de Seguridad porque Rusia vetaría la intervención en favor de sus camaradas serbios. Pero, ¿por qué no se aceptó que la presencia de tropas internacionales, en vez de estar bajo mando militar de la OTAN, fueran cascos azules bajo mandato de la ONU?. ¿Por qué se incluyeron puntos tan tajantes en Rambouillet como el anexo B que introdujo a última hora la Secretaria de Estado norteamericana, la señora Madeleine Albright? En este anexo se contemplaban cuestiones como las del artículo 8º donde se lee “el personal de la OTAN, con sus vehículos, navíos, aviones y equipamiento, deberá poder desplazarse libremente y sin condiciones por todo el territorio de la Federación Yugoslava, lo que incluye el acceso a su espacio aéreo y sus aguas territoriales. Se incluye también el derecho de dichas fuerzas a acampar, maniobrar y utilizar cualquier área o servicio necesario para el mantenimiento, adiestramiento y puesta en marcha de la operaciones de la OTAN”, o las del artículo 15 que plantea que las fuerzas de la OTAN pueden hacer uso de las redes de comunicación, incluyendo la TV y el campo electromagnético en su conjunto. ¿Por qué pensar que EE.UU., que ha actuado de forma unilateral, sin contar con la ONU en su ataque a Irak, en los acuerdos de Dayton para el conflicto de Bosnia o en los acuerdos palestino-israelíes, iba a cambiar ahora el modo de tomar sus decisiones más relevantes en lo que a política internacional se refiere, consultando a la ONU?
No parece muy convincente, a poco que se conozca la situación de marginación en que vive gran parte de la población mundial y la falta de voluntad política ampliamente demostrada para cambiar esta situación, que nuestros políticos y militares hayan sufrido un brote de “humanitarismo primaveral”.
Kosovo no tiene grandes riquezas ni recursos, a diferencia de sus vecinos kurdos a los que se les niega su tierra porque Irak extrae del Kurdistán casi el 70% de su producción de petróleo, Irán en torno al 17% y Turquía y Siria casi el 100%. Entonces, ¿por qué intervenir? Conviene apuntar alguna de las consecuencias que se han derivado de este conflicto, a parte de la destrucción de Yugoslavia y de una ingente multitud de gente desorientada que mira con temor el próximo invierno, para entrever alguna de sus causas, más allá de las ya conocidas de evitar la limpieza étnica y de eliminar un elemento generador de conflictos en una zona cercana a Europa.
Zbigneiew Brzezinsky, el gran ideólogo de la Trilateral, habló recientemente en un seminario organizado por el Instituto de Ciencias Humanas, en Viena. En él se refirió al conflicto de Yugoslavia y habló también de “un protectorado”, pero no como cabría esperar aplicado a Kosovo sino refiriéndose a la situación de Europa respecto a EE.UU. Esta guerra ha supuesto un acto de reafirmación de la hegemonía mundial norteamericana, y así lo han sabido interpretar los mercados. La clara dependencia europea a nivel político y militar de las iniciativas norteamericanas se ha traducido en una bajada sin parar de la relación euro/dólar desde que se inició el conflicto. Por otro lado, el papel asignado a Rusia ha rayado a veces el desprecio, no siendo por casualidad que los momentos claves del conflicto: comienzo y fin, han coincidido con renegociaciones de los créditos internacionales a este país.
Otra consecuencia importante hace relación a la OTAN. En su reciente 50 aniversario ha recibido un buen regalo de cumpleaños: ha visto ampliadas sus atribuciones no sólo en el ámbito geográfico de actuación, sino también en lo que se refiere a sus competencias, pasando a desempeñar un nuevo papel: el de gestor de crisis, y por supuesto, emancipándose de la decadente ONU. En resumen, se puede decir que la globalización neoliberal ha presentado cuál va a ser su política en lo que a materia de defensa se refiere, y es que a este proceso globalizador no le gustan ni las fronteras, ni los Estados y mucho menos los derechos de “soberanía nacional”. Hasta ahora los procesos de injerencia política y económica han sido instrumentos de uso común sin que nadie en Occidente se rasgue las vestiduras, la Deuda Externa y los planes de Ajuste Estructural impuestos por el FMI son buen ejemplo de ello. A partir de ahora, quedamos avisados todos de hasta donde pueden llegar las cosas si tratamos de salirnos del redil.
Por otro lado, a la vez que se justificaba la necesidad de mantener la OTAN acabada ya la guerra fría, la industria del armamento respiraba y veía como los presupuestos de defensa (o más bien de ataque) de EE.UU y de la UE eran ampliados en cantidades bimillonarias. Así, empresas que en abril exponían en la feria bélica abierta de Río de Janeiro como Dassault, Daimler-Chrysler, Lockhedd, Boeing, Royal Ordnance y otros, han visto ampliamente incrementada su cartera de pedidos y, por tanto, podemos decir que la industria bélica, desgraciadamente, seguirá siendo compañera de camino.
Para no extendernos mucho quiero pasar a comentar brevemente otro argumento que se ha repetido, y que ya utilizó EE.UU. contra Sadam Hussein. Consistía en recordar a los iraquíes que la intervención no era contra el pueblo sino contra su presidente; EE.UU. consideraba amigo al pueblo iraquí. Sin embargo, recordando el título de una película, se puede decir que hay amistades que son peligrosas: más de 145.000 iraquíes muertos en la intervención militar norteamericana y un embargo prolongado que ha hecho que el número de niños que nacen con malnutrición se haya multiplicado por seis.
Con Milósevic se ha repetido el juego. EE.UU., la OTAN, no tienen nada contra el pueblo serbio, su objetivo es Milósevic y su política de limpieza étnica, repiten Clinton, Blair y Solana, una y otra vez. Y está bien que lo repitan porque el pueblo, a veces, puede resultar “un poco duro de mollera” y puede que no acabe de entender que se les destruyan sus puentes, sus carreteras, sus fábricas, sus fuentes de abastecimiento de combustible, las centrales eléctricas que dan luz a sus casas, que se usen bombas de grafito, bombas de fragmentación, etc., y que en el fondo la cosa no vaya contra ellos sino contra su presidente. Sin embargo, en la práctica, lo que se hace no es otra cosa sino destrozar un país para que su líder de turno recapacite. ¿No hay otra forma de hacer las cosas? Tal vez sí, pero el mensaje que han dejado en el aire después de lo de Irak y de Kosovo ha sido: si no os levantáis vosotros contra vuestros líderes nosotros haremos el trabajo, pero las consecuencias ya se sabe cuáles pueden ser.
Estas cosas, que no funcionan inmediatamente, tratan de ir minando el apoyo popular e ir creando movimientos de oposición que suelen contar con el apoyo exterior, proceso que es de esperar que se produzca en Yugoslavia en las próximas fechas. La OTAN puede decir que estima mucho al pueblo serbio pero EE.UU. y Gran Bretaña ya han anunciado que mientras que ayudarán a reconstruir Kosovo, no colaborarán en la reconstrucción de Serbia mientras Milósevic siga en el poder.
Sobre el futuro de la zona es difícil aventurar nada, entre otras cosas porque lo de Kosovo ya llueve sobre mojado. En los Balcanes, el conflicto de Bosnia-Herzegovina ha dejado un millón de exiliados que no han regresado a sus casas, sobre una población inicial de cinco millones. Los croatas expulsaron a musulmanes y serbios de su parte de Herzegovina y de parte de la Bosnia central; por su parte los musulmanes expulsaron a serbios y croatas de otros lugares como Sarajevo donde cerca de 100.000 personas abandonaron la ciudad después del bombardeo de la OTAN contra los serbios que la asediaban; a su vez, los serbios expulsaron a croatas y musulmanes de la República de Srpka, etc, etc. Hay en la actualidad cerca de dos millones de refugiados en los Balcanes entre serbios, croatas y musulmanes, con pocas posibilidades de regresar a sus casas.
De Kosovo cabe esperar un proceso de independencia progresivo, aunque eso puede servir de ejemplo en la zona y provocar nuevas desestabilizaciones. De momento, la OTAN, que ha sido parte activa en el conflicto y que se ha convertido, contra toda lógica por dicha implicación, en supervisor del plan de reconstrucción y reconciliación en la zona, tiene por delante el duro trabajo de tratar de atenuar el odio que en buena parte ayudaron a alimentar. ¿Qué armas van a utilizar para conseguir este objetivo?, ¿bastará la ayuda económica al proceso de reconstrucción de la zona que han prometido los mismos países que la han arrasado con sus bombas?, ¿cuándo alcanzará Yugoslavia un nivel de independencia real de los que ahora pasan a ser sus benefactores?.
Se han hecho distintas propuestas con el fin de dar una respuesta a la situación de la ex-Yugoslavia, quizá una de las más representativas del pensar neoliberal sea la planteada por George Soros. Éste afirma que la única forma de alcanzar la paz y la prosperidad en los Balcanes es crear una “sociedad abierta” en la que el Estado represente un papel menos dominante y las fronteras pierdan importancia. Los pasos concretos para alcanzar este fin pasan por: 1.- Que los países participantes integren sus servicios de aduanas, primero en el sudeste de Europa y después en la UE. 2.- Que la UE compense a estos países por la pérdida de ingresos aduaneros, esto supone unos 5.000 millones de euros/año, 3.- El subsidio dependería de cómo avancen en la creación de una sociedad abierta: elecciones libres, medios de comunicación independientes, un sistema de derecho, transparencia y eliminación de injerencias políticas en la vida económica. 4.- Con la Ayuda de la UE se pasarían a la moneda euro. Sería algo así como un Benelux que podría acabar incorporándose a la UE.
En síntesis para Soros la solución pasa por suprimir las aduanas porque éstas separan a los países y además son para los Estados una fuente de corrupción. “La abolición de los impuestos aduaneros reduciría la capacidad de los gobiernos de interferir con el desarrollo económico; tendrían que competir para atraer la inversión a su territorio en lugar de imponer obstáculos como hacen en la actualidad. La contribución inicial de la UE se vería multiplicada en buena medida por la inversión privada”.
Para quienes tenemos otras sensibilidades, las prioridades pasan por otras vías que no son las de reducir aduanas y suponer que la apertura de mercado es la forma más acabada de un proyecto multiétnico-cultural. El libre-mercado ha demostrado que en todo caso serviría para trasladar las diferencias del terreno de lo étnico, al terreno de lo económico. Tampoco creo que el discurso nacionalista lleve a ninguna parte, ya provenga de la izquierda o de la derecha; en líneas generales se está mostrando como un elemento generador de desconfianza entre las poblaciones, al poner por encima de los valores universales particularismos de mira estrecha como la cuestión étnica. Cuando la base étnica o lingüística se convierten en el principal elemento aglutinador por encima de otros valores ¿quién querrá vivir en ese entorno si se pertenece a una minoría? Hay que aprender a recuperar el sentido universal, el sentido de acogida, al tiempo que a reivindicar el derecho a ser protagonistas de la propia historia.
Hay que trabajar a fondo en la promoción del pueblo para que éste sea capaz de ofrecer alternativas que puedan ir más allá del uso de la fuerza, creando nexos de solidaridad y denuncia a nivel internacional, que no nos dejen a merced de los discursos fáciles de los que manejan los hilos de este nuestro mundo, o que permitan que nuestros políticos confundan representación con dimisión del pueblo. Hemos de cultivar un fuerte sentido crítico y hemos de aprender a ponerlo en marcha en el día a día con iniciativas que nos lleven a ser cada vez más coherentes con lo que descubrimos como verdadero y como justo.
Hemos de cultivar la ternura a la vez que la fortaleza de espíritu. Si algo hemos de aprender todos, y en especial Occidente; es que la paz tiene un precio, y que seguiremos inmersos en guerras siempre que no estemos dispuestos a pagar el precio de la paz. Un precio que no es compatible con los imperialismos, ni con los reduccionismos materialistas que buscan arreglar todo con el dinero, hoy la paz pasa principalmente por la justicia, y se traduce en que los que más tienen pierdan para que los que no tienen nada puedan vivir.
Esto no es un idealismo. La historia se encarga de recordarnos que no estamos solos en este caminar y que ha habido otros antes que nosotros que han sabido vivir, no desde la teoría sino desde un compromiso de vida serio, estos valores. Entre otros ahí han quedado las grandes figuras de la no violencia activa. Con uno de ellos quiero acabar estas líneas:
“Más recientemente he visto muy claro la necesidad del método de la no-violencia en las relaciones internacionales. Aunque no estaba completamente convencido de la eficacia de la guerra en conflictos entre naciones, presentía que, aunque no podía ser nunca un bien positivo, podían servir como bien negativo para impedir la proliferación y el crecimiento de la fuerza del mal. La guerra, aun siendo horrible, era preferible a la rendición a un sistema totalitario. Pero ahora creo que la poderosa fuerza destructora de las armas actuales elimina totalmente la posibilidad de que la guerra sirva para conseguir un bien negativo. Si partimos de la base de que la humanidad tiene derecho a sobrevivir, tendremos que encontrar una alternativa a la guerra y a la destrucción. En la era de los vehículos espaciales y los proyectiles balísticos dirigidos, la elección está entre la no-violencia y la no-existencia”. (Luther King).
Joaquín García.