CULTURA PARA LA ESPERANZA número 37. Otoño 1999.

Recuperar la utopía (las ONGs y el dinero)

 Postura de Justicia y Paz ante la cuestión
de la colaboración entre ONGs y empresas
para ser presentada en la reunión de trabajo
de la Coordinadora de ONGDE previa a su
Asamblea General del día 13 de marzo de 1999

1. Las ONGs y el dinero

   Hablar de las relaciones entre ONGs y empresas nos remite inmediatamente a la cuestión, aún más honda, de la relación entre ONGs y dinero.

   En nuestra concepción, una ONG es una organización compuesta principalmente por voluntarios, surgida de la iniciativa social en el seno de la sociedad civil, que se propone realizar una acción no esporádica a favor de personas, grupos o pueblos que sufren a causa de la injusticia, la violación de sus derechos, las catástrofes naturales, la guerra y otros factores semejantes, con vistas a la transformación del mundo tal como ahora lo vemos para dar nacimiento a un mundo nuevo, donde las relaciones interhumanas e intergrupales sean más acordes con la justicia y con un reparto de los bienes que haga que ninguno tenga necesidad de ser ayudado por otros para vivir una vida digna.

   Y ello se plantea y se realiza en aras de la solidaridad que, para nosotros, es una determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien de todos, porque nos sentimos responsables los unos de los otros, por grande que sea la distancia fisica que nos separe o las diferencias que, en todos los órdenes, se puedan señalar entre nosotros. Todas las personas participamos de una misma dignidad inalienable, que nos hace a todas iguales. De ahí se deriva que todas las personas, como sabemos, somos titulares de los mismos derechos fundamentales. Y la ONG, por definición, lucha para que el disfrute efectivo de esos derechos sea algún día una realidad universal. 

2. Es necesario el dinero

   El principal capital de una Organización No Gubernamental son, pues, sus miembros, las personas que voluntariamente ponen a disposición de otras personas, más necesitadas, su tiempo y sus capacidades de todo orden, gratuitamente, es decir, sin pedir nada a cambio. Sabemos que este carácter gratuito de la prestación voluntaria es esencial a ella misma, de tal manera que si entrara cualquier modo de retribución (en dinero o en otro producto valorable económicamente) en la relación entre el voluntario, la ONG y los destinatarios de su acción, quedaría radicalmente pervertido el orden y el sentido lógico de la existencia misma del voluntario y de la ONG.

   El segundo capital de la ONG está constituido por sus ideas, su propuesta a la sociedad, que tiene un marcado carácter ético: su sensibilidad ante el sufrimiento de otras personas; su capacidad de análisis de las realidades políticas, sociales, culturales y económicas, tanto del propio país como de otros lejanos; y su capacidad de concepción de acciones congruentes con las necesidades detectadas y con la naturaleza de la propia organización. 

   El tercer capital de la ONG es su imagen pública, su prestigio social, la confianza que depositan en ella las personas integrantes de la sociedad civil, que, alertadas por las denuncias de la ONG y suficientemente informadas por ella, se ponen en movimiento, sea para ofrecerse como voluntarias o para apoyar, económicamente y de otras maneras, las acciones de la ONG.

   El cuarto capital de la ONG, por fin, reside en su capacidad de actuación, de realización de sus programas, de intervención en la realidad social de una manera apropiada, coherente y eficaz. Aquí está la clave de su razón de ser, pues ninguna ONG tiene sentido en sí misma, sino en cuanto es capaz de actuar en la realidad social a favor de alguien que lo necesita.

   No señalamos como capital, repetimos, no señalamos como capital de la ONG su dinero, proceda de donde proceda. En efecto, el dinero, para nosotros, es solo un medio necesario para que la ONG pueda realizar su acción, incluso para que pueda mantener una mínima infraestructura y un equipamiento proporcionados y adecuados. La cantidad de dinero que una ONG maneje (o, más bien, que podría manejar si lo tuviera) habrá de ser proporcional a sus características propias; por el contrario, una escasez drástica o una sobreabundancia exagerada de dinero no vendrían sino a subvertir la existencia de la ONG o su sentido más hondo. 

3. El dinero no es neutro

   Afirmada, pues -como no podríamos evitar, si somos sensatos-, la necesidad del dinero para el funcionamiento de la ONG, hemos de analizar, sin embargo, algunas de sus características. Y lo primero que debemos manifestar es que, contrariamente a lo que a veces se dice, el dinero no es neutro (o también se oye que el dinero no tiene color). Así es: el dinero no es neutro, pues queda identificado por su origen y por su destino. Por su origen: nadie duda de que no es lo mismo que el dinero proceda de un atraco que sea fruto de un trabajo honesto.  Por su fin: no es igual que el dinero sirva para comprar armas o corromper a un funcionario que si sirve para comprar medicinas que puedan curar a un enfermo.

  Ésta es una cuestión elemental, a la que, sin embargo, con facilidad cerramos los ojos en el ámbito de las ONGS. ¿Es igual el dinero que procede de las cuotas de los socios, de las donaciones de los amigos, de las subvenciones de la Administración, del patrocinio de una empresa, de los intereses de una cuenta bancaria, del concierto de colaboración sobre el 0,7%, de los ingresos de una actividad comercial? ¿Es lo mismo destinar el dinero a la realización de los programas de la ONG, al mantenimiento de su infraestructura, a la publicidad y el “marketing”, a los sueldos de los técnicos y dirigentes, a los regalos, las celebraciones y agasajos?  También aquí, seguramente, cabe hacer distinciones.

   Así, pues, tampoco entre nosotros el dinero es neutro. Y, sin embargo, parece que nuestra exigencia ética debe ser superior a la que habitualmente se aplica en otros ámbitos de la sociedad. Porque la misión de las ONGs es distinta, y tiene -al menos, a nosotros así nos parece- una profunda carga ética, que no se puede nunca perder de vista. 

4. El dinero está cargado de ideología, que entra junto con él allá donde él va

   El dinero, cualquier dinero, está cargado de ideología. ¿Qué entendemos por ello?  Por ideología entendemos una manera global de concebir el mundo, la sociedad, las personas y sus relaciones; entendemos una intencionalidad final traducida en un proyecto, personal y social, que orienta la vida de las personas y los grupos, y que apoya, justifica y legitima su comportamiento. Pues bien, esa ideología acompaña al dinero dondequiera que va, y entra junto con él en todas partes, también en nuestras organizaciones.

   Aplicando un símil informático, hoy muy habitual, podríamos hablar de que el dinero contiene en su seno un “virus”, que llega agazapado en su interior sin que nos demos cuenta, y, una vez en nuestra casa, no está sino esperando el momento oportuno para entrar en acción. Una ideología neoliberal, explotadora y corruptora, inoculada en el origen del dinero y que lo acompaña cuando lo recibimos, puede hacemos mucho daño en el momento menos pensado; y puede incluso dañar a los destinatarios de la acción realizada con el apoyo de ese dinero, ya que, como mínimo, quedará ultrajada su dignidad. ¿De qué otra manera, si no, interpretar lo que sucede cuando alguien que está explotando a sus semejantes se permite después hacer una donación para paliar mínimamente los males que él mismo ha producido y, de paso, al hacer público su gesto, ganar prestigio en la hipócrita sociedad de la que él forma parte?

   No parece absurdo, por lo tanto, pensar en la conveniencia de dotarnos de potentes “antivirus”, siempre actualizados, que detecten y maten a los virus que acompañan al dinero que recibimos, incluso aunque eso suponga la eliminación del dinero mismo. Si no los aplicamos con rigor, algún día habremos de enfrentarnos a las consecuencias de la actividad de los virus con que hemos sido afectados, la primera de las cuales sería la pérdida de nuestra carga ética, nuestro principal valor. Y recordemos que no es lo mismo colaborar que ser cómplice; y eso vale tanto para nuestras relaciones con la Administración como para con las empresas, grupos políticos o sindicales, o cualquier otro detentador de poder o proveedor de dinero. 

5. Las ONGs y el sistema

   Hablemos un poco de la siguiente cuestión: ¿cuál es nuestro papel en el seno de la sociedad? ¿qué “pintamos” en ella? ¿cuáles han de ser nuestras relaciones con el sistema?

   Por definición -al menos, tal como nosotros lo entendemos-, una ONG es una “desclasificada”, una “desubicada”, está fuera del sistema, es (permitidme el término inglés) un “outsider”, uno que está fuera. No podemos concebimos como una pieza más -inocua, previsible, asumible, digerible, reciclable- del sistema.

   Si nacemos como Organización No Gubernamental es porque un grupo de gentes confluyen en una visión que está en desacuerdo con el actual estado de cosas, sea en el ámbito social que sea; y -no queriendo utilizar únicamente (aunque también, pues no renuncian a ello) los cauces habituales de la participación social, como son los partidos y los sindicatos, las asociaciones de vecinos y otros- deciden organizarse para actuar de una manera libre y “atípica”, si no fuera de la sociedad, sí al margen de los caminos que están totalmente integrados en el sistema.  Sobre todo, se quiere estar al margen del mercado, de la misma manera que se quiere estar al margen del estado: por eso, además de “no gubernamental”, debería acompañar a nuestro nombre el calificativo de “no mercantil” o algo así.  No queremos tener lazos que nos aten ni al estado ni al mercado. Queremos ser cauce privilegiado de participación de la sociedad civil en la historia de la humanidad. Ésa es, al menos, nuestra posición. 

   ¿Pretendemos ir contra el estado y el mercado? Sí y no. En nuestra concepción, toda ONG es de naturaleza revolucionaria, y se propone, como objetivo final, una auténtica revolución. En efecto, el mundo no nos gusta como está, y queremos cambiarlo. Y queremos hacerlo no superficialmente, sino radicalmente, de tal modo que categorías como explotación, acumulación y provecho o beneficio se tornen en solidaridad, justa distribución y gratuidad. Obviamente -me parece que no hay que decirlo-, ello realizado por medios pacíficos y dentro de los márgenes de lo éticamente aceptable (no decimos de lo legalmente tolerable, porque a veces habremos de practicar la desobediencia civil, que es una manera extrema pero a veces necesaria para dar lugar al cambio de las leyes injustas; y si no, que se lo pregunten a los objetores de conciencia y a los insumisos).

   No nos mueve a ello sino el sufrimiento del otro: eso solo. Y es bastante. Éticamente, ésa es nuestra referencia: no podemos permanecer impasibles cuando los demás sufren; su sufrimiento es el origen, el acicate y el juez de nuestra acción. Y no pararemos hasta lograr que nadie en el mundo haya de sufrir. 

6. Necesitamos afirmarnos como alternativa 

   Necesitamos, pues, afirmarnos como alternativa, como alternativa válida, posible y plausible, en el seno de una sociedad de la que no queremos escapar (pues no se trata de que nos vayamos al desierto porque esta sociedad no nos gusta), pero a la que queremos continuamente cuestionar, alertar, aguijonear y empujar para que alcance cotas de solidaridad, justicia y paz cada vez más altas, y extendidas a todas las personas de la humanidad.

   Formamos parte de la sociedad civil, como hemos señalado anteriormente, y en su seno hemos de jugar un papel insustituible. Tenemos ante nosotros una enorme tarea de desmitificación, sea de los mitos económicos (“la economía tiene sus reglas, que son inevitables”), los sociales (“esta es la mejor sociedad a la que podemos aspirar”), los políticos (“éste es el mejor sistema político, y el único que respeta la libertad y la dignidad y los derechos de las personas”), los culturales (“nuestra civilización occidental, más aún, la europea, es la que ha alcanzado mayores cotas de comprensión de la realidad y de manejo de ella”), los religiosos (“nuestro credo, nuestra comunidad son los más coherentes con la naturaleza humana”), en definitiva, los globales (“somos los mejores; además, esto es lo que hay, no hay alternativa y no se puede cambiar”).

   Si no tenemos capacidad de denuncia, de desenmascaramiento. de ridiculización, de relativización y de proposición de modelos alternativos no estaremos cumpliendo lo que muchos esperan de nosotros. Quien confía en una ONG desea que el mundo cambie; quiere que se le presente un nuevo proyecto de vida, y está dispuesto a apoyar caminos alternativos que le ayuden, al menos, a soñar con un mundo nuevo. 

7 ¿No somos realistas?

   A causa de este modo de pensar que estamos exponiendo, a veces se nos dice que no somos realistas.

   ¿Qué significa ser realista? ¿Significa aceptar resignadamente el índice de paro juvenil, la explotación de los menores, la violencia contra las mujeres, la discriminación racial, el comercio de armas, el fomento de las guerras en otros continentes (o en la misma Europa), la deuda externa de los países más miserables, el maltrato de los inmigrantes, la mentalidad y los valores racistas y xenófobos, el fomento de la violencia, la miseria de gran parte de la humanidad, porque “las cosas son así y no pueden ser de otra manera”? Bien, si eso es ser realista, desde luego no somos realistas. 

   Lo somos si, por el contrario, entendemos por ello la capacidad de tomarle la medida y el pulso a la realidad, con análisis serios y bien hechos, con estudios e informes documentados, con investigaciones inteligentes; si no miramos para otro lado cuando vemos a tanta gente en condiciones infrahumanas; si asumimos nuestras propias limitaciones, y no nos consideramos salvadores de nadie, ni elegidos, ni sabelotodos, ni somos prepotentes.

   Somos realistas porque asumimos la realidad tal cual es sin tapujos ni subterfugios, sin trampas ideológicas ni justificaciones pseudocientíficas, sin excusas políticas ni coberturas sociales.

   Somos soñadores, sí; pero lo hacemos a la intemperie, a pecho descubierto y sin refugio donde guarecernos cuando la tormenta de la injusticia y el sufrimiento nos ataca. Entonces estamos dispuestos a hacerle frente con todos nuestros medios, aunque en ello nos vaya la vida (y si no, que alguien me explique la vida y la muerte de cuantos compañeros y compañeras nuestros han muerto mientras desarrollaban su labor voluntaria a favor de otros más necesitados, y precisamente por ello y no por otra razón).

   No queremos tampoco ser puristas, como si pretendiéramos mantenernos incontaminados en toda nuestra actuación. Todos tenemos experiencia, y algunos de manera particular, de cuánto hay que pactar para poder llegar a realizar nuestra misión: los pactos se dan con los gobernantes, con los políticos, con los que tienen el poder económico y social; los pactos más duros, sin embargo, se dan con la realidad misma, que se resiste una y otra vez a ser transformada, así que rebajamos nuestras aspiraciones y aceptamos nuestros límites e, incluso, los de los mismos destinatarios de nuestra acción. Pero lo hacemos de manera consciente y calculada, siempre dentro de los márgenes que nos impone nuestra propia identidad y de la genuinidad de nuestra actuación.  Lo contrario sería una traición a nosotros mismos y a quienes confían en nosotros. 

8 ¡Recuperemos la utopía!

   Justicia y Paz, por lo tanto, no entra en otros análisis de tipo económico y social. Aporta a esta discusión su propia sensibilidad. Y, sintiéndose orgullosa de los logros hasta ahora obtenidos por tantas y tantas personas voluntarias miembros y colaboradores de nuestras organizaciones, y por la actuación de muchas de las ONGs que (calladamente las más de las veces) luchan denodadamente -incluso con penuria económica- por cumplir sus objetivos y alcanzar sus metas, hace un llamamiento a toda la familia de ONGs de la Coordinadora (y a las demás, que no pertenecen a ella).

   Nuestro llamamiento es éste: ¡recuperemos la utopía! No podemos vivir sin ella.

   Soñemos con una sociedad ideal, como guía de nuestras aspiraciones, incluso aunque sepamos que nunca la alcanzaremos. Ser utópico no es lo mismo que ser iluso: no nos engañamos sobre el esfuerzo que eso pide de nosotros; pero, no obstante, nos obstinamos en la validez de nuestro proyecto.

En definitiva, por lo que hace a la cuestión que debatimos, que los condicionantes económicos no sean para nosotros irresistibles. Más vale tener menos dinero y ser íntegros, poder desarrollar menos programas pero hacerlo con dignidad, que vender lo mejor de lo que somos -es decir, nuestra capacidad de suscitar e impulsar un gran movimiento ético de solidaridad a la búsqueda de un mundo mejor- por un simple plato de lentejas.

Madrid, 12 de marzo de 1999
Miguel Ángel Sánchez
Secretario General de Justicia y Paz

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