CULTURA PARA LA ESPERANZA número 41. Otoño 2000.
EL MODELO TEXANO AMENAZA A ESTADOS UNIDOS
Daniel Lazare
LE MONDE DLPLOMATIQUE. Sept 2000
Es el Estado de los récords. El mayor después de Alaska, el más poblado después de California. El primero en ejecución de penas de muerte, en número de presos en las cárceles, el último en inversiones públicas en relación con las rentas. Y casi siempre en la cola cuando se trata de salud, de protección social, de igualdad racial, de defensa del medio ambiente. Texas ha dado a Estados Unidos dos de sus antiguos presidentes, Lyndon Johnson y George H. Bush. Actualmente es el hijo de este último, George W. Bush quien se ha lanzado hacia la Casa Blanca. ¿Su programa? Hacer en Washington lo mismo que está haciendo en el Estado del que es gobernador desde enero de 1995. ¿Promesa o amenaza? Desde la batalla de El Alamo, mito heroico fundacional de la rapiña realizada por emigrantes anglosajones de territorio mexicano, aprovechando la descomposición del régimen corrupto del general Santana en México, al liberalismo económico sangriento cantado en las películas del far west y en las series televisivas Dallas, Texas representa hoy el máximo exponente de la ideología del modelo de "Estado carcelario" neoliberal. Con unos niveles de violencia inauditos, que hacen del "sueño americano" una pesadilla para el resto del mundo.
La mayor parte de los norteamericanos cree que el Estado del que George W. Bush es gobernador desde 1995 heredó su singular carácter político de sus cowboys, de sus enormes espacios salvajes y de una larga historia de luchas violentas contra todo tipo de enemigos, de México a los indios comanches, sin olvidar a los ejércitos nordistas durante la guerra de Secesión. Después de todo, cuando los indios se adentraban por el sendero de la guerra y cuando el vecino más próximo susceptible de socorrerle se encontraba a muchos kilómetros, el hombre no tenía otro aliado fiel que su revólver de seis tiros. Eso explicaría por qué los texanos han colocado desde hace tanto tiempo el individualismo y la independencia por encima de cualquier otra virtud.
Con la candidatura de Bush, las elecciones presidenciales se han convertido en un referéndum sobre Texas y sobre los valores que encarna ese Estado, el más poblado de Estados Unidos después de California. Las armas y la geografía desempeñaron ciertamente un papel en su génesis; pero explicaciones de ese género subestiman hasta qué punto el Texas de hoy fue "construido" en 1875, conscientemente, por un grupo de noventa parlamentarios, todos blancos y antiguos soldados del ejército confederado (sudistas). Durante los seis años precedentes, un gobierno progresista sostenido por el Norte se había dedicado a incorporar a Texas al mundo moderno, construyendo escuelas públicas, desarrollando la industria y luchando contra los malos tratos infligidos a los mexicanos y a los negros (1).
Aquellas reformas traumatizaron de tal manera a los terratenientes y ganaderos que, cuando el Norte abandonó el proyecto de transformar los Estados confederados y se terminó la breve etapa ilustrada, se apresuraron a restablecer el antiguo régimen. Decretaron la segregación racial en las escuelas públicas, recortaron los presupuestos de educación, abolieron la financiación pública de los locales para negros y desmantelaron el aparato gubernamental trabajosamente establecido por el anterior gobernador, Edmund L. Davis. De aquella contrarreforma emergió un nuevo Estado que se convirtió de pronto en sinónimo de oposición a la intervención pública, al cambio político, y dispuesto a cerrar los ojos sobre la utilización de la violencia contra las minorías raciales, los obreros y los pobres.
Ese rostro de Texas subsiste en todo lo que el Estado sigue haciendo o diciendo, en sus ciudades casi invivibles, en su estructura de clases, en su especie de juego económico de yoyó entre prosperidad y quiebras, en su pasión por la pena de muerte. Como anuncian los folletos turísticos, Texas es una "tierra de contrastes". Lo que no explican esos prospectos es que tales "contrastes" son el producto de contradicciones enraizadas en la estructura política del Estado. Los texanos desprecian la política, pero han ofrecido a la superpotencia norteamericana algunos de sus políticos más canallescos. El Estado rebosa de millonarios del petróleo y del gas que predican con fanatismo el capitalismo y la libre empresa, pero que no olvidan nunca mendigar exenciones fiscales o subvenciones en Washington.
Los texanos están imbuidos de un espíritu voluntarista y de un optimismo a toda prueba, aunque hayan soportado un fracaso tras otro, a causa de la desorganización crónica de su Estado. Celebrada como una de las páginas más gloriosas de su historia, la batalla de El Alamo -la fortaleza española de San Antonio, en donde, en 1836, 187 texanos independentistas fueron muertos por las fuerzas mexicanas- representó sobre todo un desastre militar enteramente evitable. Más tarde, casi infaliblemente, la población blanca escogió el campo de los perdedores, primero durante la guerra de Secesión (1861-1865), después acomodándose a políticos que se afanaron en preservar el carácter retardatario del Estado sacrificando la educación y prohibiendo de hecho el ejercicio del derecho sindical.
Incluso el descubrimiento de yacimientos petrolíferos en 1901 no impidió que Texas se estancase en un estado de subdesarrollo hasta los años cincuenta. Aunque el alza de los precios del petróleo en los años setenta permitió finalmente al Estado despegar el vuelo, perdió bastante pronto una parte de su riqueza con la quiebra fraudulenta de las cajas de ahorros en los años ochenta: la renta media por habitante cayó más de un 10 % en relación con la media nacional.
Habituado a los fracasos
Era muy lógico que Texas, habituado a los fracasos, escogiese a un perdedor como gobernador. Buscando triunfar en el petróleo después de una cartera universitaria sin relieve, George W. Bush se metió en negocios en los años ochenta, llegando a reunir 4,7 millones de dólares gracias a personas próximas a su familia y a republicanos con fortuna, pero no tardó en provocar la quiebra casi total de dos compañías y no consiguió lograr beneficios hasta cerca de diez años más tarde, cuando, en vísperas de la guerra del Golfo, una tercera empresa en la que tenía intereses obtuvo un lucrativo contrato de exploración petrolífera en Bahrein. El hecho de que su padre fuese entonces el presidente de Estados Unidos parece que influyó probablemente en el emirato para otorgarle la concesión. Bush tuvo más éxito como propietario de un equipo de béisbol profesional, pero sólo después de haber convencido a la ciudad de Arlington, en las cercanías de Houston, de pagar la mayor parte de los 191 millones de dólares necesarios para la construcción de un nuevo estadio, ejemplo suplementario de la manera cómo la burguesía texana sabe utilizar la generosidad pública (2).
En su campaña para el puesto de gobernador Bush se realizó plenamente, al ganar las elecciones de 1994 y después, con amplia mayoría, las de 1998. Si consigue triunfar sobre Albert Gore en noviembre de 2000, habrá logrado imponer el modelo de Texas a toda la nación. Resulta difícil creer que el mundo tenga necesidad de un millonario del petróleo y de un sudista al timón de la única superpotencia que queda, pero parece que es esa la dirección del sistema político norteamericano, cada vez más petrificado.
En la época en que Texas renació de sus cenizas, en 1875, era fácil imaginarse una clase de terratenientes que, determinada a reprimir a los antiguos esclavos y a los pequeños granjeros arruinados, utilizase sin flaquear su monopolio del poder político. La élite texana se decidió por otra opción, más compleja. Puesto que el régimen precedente había establecido un Estado centralizado capaz de llevar a cabo reformas, se dedicó a desmantelarlo.
Durante una convención especial, reunida para redactar una nueva Constitución, un grupo de delegados, pese a carecer de legalidad democrática, decidió paralizar al ejecutivo dividiéndolo en cinco puestos diferentes, y que cada uno de los titulares fuese elegido por separado. Después, lo fragmentaron un poco más, esparciendo sus actividades (hasta hoy) entre cerca de doscientas comisiones administrativas, cuyos miembros, nombrados por el gobernador después de escuchar la opinión y recibir el consentimiento del Senado, no tienen que responder de sus actos ante ninguno de los que les designaron. Resueltos a no detenerse en aquella buena línea, los delegados paralizaron igualmente la Asamblea local limitando la duración de los mandatos (a dos años), y la de las sesiones, sin olvidar los salarios bajos de los parlamentarios (con lo que se garantizaba que fuesen gente de dinero u oportunistas).
Quedaba el poder judicial: decidieron que todos los jueces y procuradores del Estado se eligieran de tal manera que fuesen menos susceptibles a oponerse a los otros dos poderes. Para rematar el edificio, no se olvidaron de preparar cuidadosamente la composición del electorado: no sólo para que no votase la aplastante mayoría de los negros (una política que iba a sobrevivir en los Estados del Sur hasta el Voiting Rights Act de 1965), sino, ni siquiera, los blancos pobres, disuadidos a la vez por un impuesto electoral y por la obligación de reinscribirse antes de cada nueva elección.
Aquellas "reformas", consideradas como un retomo a la situación anterior a la guerra de Secesión, crearon de hecho un sistema peor todavía: más fragmentado, más descentralizado y menos responsable ante el elector. Más que una dictadura, se trataba de una forma de república oligárquica y expeditiva, ampliamente manipulada bajo cuerda por los latifundistas.
Al crear su seudodemocracia, los miembros de la Convención texana se inspiraron en los valores y principios de la Constitución de Estados Unidos. Los norteamericanos tienen a bien considerarse como el pueblo más avanzado de la Tierra, su Constitución de 1787 era -y continúa siendo- "premoderna" en sus principios, que subordina a una ley fundamental, casi imposible de enmendar, todos los actos del gobierno. Como la Constitución es fuerte, el gobierno puede ser débil. Mejor todavía: en la medida que la Constitución garantice las libertades, más débil es el gobierno y estarán más garantizadas esas libertades (3).
Es lo que Richard Coke, primer gobernador de Texas después de la guerra de Secesión, quiso señalar cuando explicó en 1875: "La teoría admitida por el gobierno norteamericano es que las constituciones de los Estados federados, lejos de conducir a delegaciones suplementarias de autoridad en las manos del poder público, deben permitir limitar esa autoridad" (4). La Constitución federal constriñe ya la capacidad del pueblo para gobernarse como él quiera. Las constituciones de los Estados aumentaron esas restficciones.
Desde entonces, la inquebrantable Constitución texana -la tentativa de elaborar una nueva fracasó en 1975- no ha cesado de pesar en la política local, congelando algunas propuestas y prohibiendo la mayor parte de las reformas. El conservadurismo popular a la texana se ha convertido en norma obligatoria, algo así como conducir por la derecha o frenar ante un semáforo en rojo. Aquella cultura política de latifundistas, que parió la Constitución del Estado en los años setenta del siglo XIX, iba a garantizar la hegemonía política y social de esos propietarios durante prácticamente la totalidad de los 125 años siguientes.
A ley fundamental rígida, política rígida y moral rígidas. Hacia finales del siglo XIX, estalló una efímera revuelta populista, llevada a cabo por granjeros empobrecidos. Fue aplastada sin dificultad (5). A partir de entonces, toda una panoplia de políticos demagogos se sucedieron en la residencia oficial del gobernador, prometiendo cada uno cambios antes de convertirse en garantes del statu quo. Destituido por la legislatura, un gobernador supo maniobrar rápidamente para que su mujer gobernase en su lugar mientras que él seguía moviendo los hilos entre bastidores. En los años treinta, otro gobernador hizo campaña recorriendo el Estado con su grupo de música country, un programa limitado a los Diez Mandamientos y a la promesa de una pensión para cada jubilado (que, hay que precisar, no cumplió nunca). Otros se dieron a conocer atacando al comunismo (que apenas contaba con defensores en Texas...), pero también al gobierno federal y a los profesores de literatura culpables de enseñar obras "obscenas".
Sin embargo, en cuestiones de moralidad, Texas dejaba mucho que desear. Si a los comanches "les gustaba poner brasas de carbón en las partes genitales del hombre blanco", cuenta el gran historiador del Estado, un blanco también podía alegremente "aplastar el cráneo de un niño de pecho indio contra un árbol o abatir a un hispanoamericano que hubiese parpadeado los ojos de forma inapropiada". Entre 1900 y 1930 se produjeron en Texas más linchamientos de negros que en los demás Estados del Sur (6). Y la milicia local, bautizada entonces como Texas Rangers -nombre de un equipo de béisbol del que George W. Bush se convirtió en propietario antes de ser elegido gobernador-, aterrorizó a la población de origen mexicano del Estado, ejecutando de manera sumaria a unas trescientas personas sólo entre 1915 y 1919.
El empobrecimiento político encontró pronto su correspondencia en el plano intelectual: "Los texanos desconfían de las teorías. Para ellos, la práctica vence al concepto; las cosas a las ideas; la educación tiene que buscar acoplar a los niños a la sociedad, no a cambiarles" (7). Y mientras que el sistema político reflejaba y perpetuaba una concepción antisocial del individualismo, los texanos rehuían igualmente la sociedad de las mujeres del mismo modo que buscaban soslayarse de la sociedad en general. En el fondo, los protagonistas de la cultura del cowboy se sentían especialmente a gusto entre ellos.
La economía texana se aferró también al pasado. Desde hace veinte años, gracias a las enormes inversiones públicas del poder federal (en el terreno militar y en el aerospacial),el Estado logró diversificarse y abrirse paso en la informática y en la alta tecnología. Pero la economía local continúa estando ligada a la tierra. La riqueza no es asumida como real salvo bajo la forma de propiedad territorial. Un texano afortunado se cree obligado a comprar algunos miles de hectáreas de tierras, vestir pantalón vaquero y botas y parecer ganadero, como George W. Bush, que se ha comprado un rancho cerca de Crawford, al oeste
de Texas (8).
El Estado nunca ha sido progresista en materia de política social. Aunque Texas ocupa un posición intermedia en el ranking de los Estados que forman la Federación, en la renta por habitante, en cambio, el reparto de la riqueza es tan desigual que ocupa uno de los primeros puestos en relación con la población que vive por debajo del límite de pobreza. Siempre proporcionalmente, Texas aparece también en la cola por el número de sus médicos, estudiantes y por su índice de mortalidad infantil (9). Los recortes presupuestarios, que no han cesado desde que Bush se convirtió en gobernador, no han arreglado nada: colocan al Estado en el último lugar en materia de gastos públicos por habitante, lo que sólo puede agravar el desigual reparto de las rentas (10).
Estorbado por una elite terrateniente hostil a las ciudades y a los gastos públicos, Texas se preocupa poco de los transportes públicos, de los alojamientos colectivos, de los espacios verdes y de otros equipamientos urbanos. La ausencia de reglamentación ecológica agrava la contaminación del agua y del aire, que sobrepasa los niveles registrados en cualquier otro Estado norteamericano o provincia canadiense. Con la intensificación del tráfico en las carreteras, Houston, capital petroquímica del Estado, ha superado a Los Angeles en la clasificación de las ciudades norteamericanas más contaminadas por el ozono, y sin embargo, cientos de equipamientos desfasados, fábricas químicas y refinerías de petróleo siguen sin normas anticontaminación. Uno de los responsables del medio ambiente nombrado por Bush aseguró en Washington que el ozono es una sustancia benigna (11)...
Como espaguetis enmarañados
Tan benigna sin duda como la plaga de las ciudades sin fin, de los centros comerciales omnipresentes, restaurantes de comida basura y otros locales de venta de rebajas que han invadido la mayor parte del territorio (12). Cubierta por una neblina y con un calor sofocante, con un 20% de población menos que París, Houston se extiende sobre una superficie trece veces mayor. No se encuentran peatones ni ciclistas, sino una plétora de vehículos bloqueados en autopistas de ocho carriles que, como espaguetis enmarañados, parten en todas las direcciones.
Ningún Estado norteamericano iguala el coeficiente de presos de Texas. Un sistema de gobierno rudimentario y una moralidad casi tribal han producido el sistema penal más punitivo del mundo industrializado. Con algo más de veinte millones de habitantes, el Estado de Bush cuenta con más presos que Francia, Alemania e Italia juntas. Su universo penitenciario se parece a un archipiélago parcelado, que depende de 250 sheriffs de condado, 500 policías municipales y dos docenas de agencias y comisiones, todos más o menos autónomos. Incluso si un día se intentase reorganizar ese caos administrativo, la asamblea local no dispondría de la autoridad constitucional necesaria. Y, teniendo en cuenta los miles de abogados que se aprovechan del statu quo, cualquier reforma resulta improbable.
Texas ha atraído recientemente la atención de la opinión pública mundial al acelerar el ritmo de ejecuciones (cerca de 140 desde que Bush es gobernador). Pero, a pesar de su imagen en el extranjero, los políticos locales no se preocupan: "A mí me parece que se vive en un lugar agradable y pienso que sólo se señala a Texas por razones de baja política ", declaraba el brazo derecho de Bush, como respuesta a las protestas que se produjeron tras la ejecución de Gary Graharn, en junio de 2000, con las manos esposadas, un condenado negro que defendió su inocencia hasta el fin. El ajusticiado sólo tenía dieciocho años en el momento de los hechos, pero Estados Unidos es, junto con Irán, Nigeria, Pakistán, Arabia Saudí y Yemen, uno de los seis países que continúan ejecutando a menores y a enfermos mentales.
Aparte de incitar a la (necesaria) intrusión de las agencias federales (13), el retraso institucional y social del Estado se dobla con una dependencia nunca desmentida respecto de subvenciones y exenciones de Washington. Eso explica quizá el número importante de políticos texanos que han prolongado sus carreras -como quiere hacer el gobernador Bush- en el plano nacional. Porque, además de los ex presidentes de Estados Unidos, Lyndon Johnson y George Bush padre, un presidente de la Cámara de Representantes (Sam Rayburn), un secretario del Tesoro que fue candidato a la presidencia de Estados Unidos (Lloyd Bentsen hijo), y un secretario de Estado (Jaines Baker) hicieron sus primeras armas políticas en Texas.
La clase dirigente local continúa estando muy unida. República oligárquica, Texas no obliga a sus ciudadanos más acomodados y a sus firmas más opulentas a mover en los pasillos los hilos de la política, pero casi les incita a hacerlo. Se desprende del alto nivel de implicación política de los muy ricos, con frecuencia muy reaccionarios, que se han constituido "en una fuerza temible que, frente a las masas muy despolitizadas, gana más veces de las que pierde" (14).
En la medida que el sector energético -dentro del cual George W. Bush y Richard Cheney, su candidato a la vicepresidencia, se han movido para su mayor beneficio- depende ampliamente de las exenciones fiscales y de las subvenciones públicas, la clase dirigente texana está muy "interesada" por la cosa pública. La energía representa un mundo aparte, habitado por personas que creen que el recalentamiento del planeta es sólo un mito, que se exageran los riesgos sanitarios relacionados con las emanaciones de óxido de carbono y que cada ciudadano tiene el deber de consumir tanta gasolina como pueda. Es también un sector cuyos responsables no han encontrado nunca un coche, una autopista, o una casa de 3.000 metros cuadrados que les desagrade, con tal de que esta última esté equipada con un refrigerador sobredimensionado, de una televisión de gran pantalla y de los últimos objetos devoradores de energía.
Bush ha recogido sus apoyos fundamentales en ese universo, desde su tentativa infructuosa de conseguir un escaño de representante en 1978, sus dos campañas victoriosas para el puesto de gobernador (en 1994 y 1998) y su actual carrera hacia la Casa Blanca. La Enroin Oil Company está considerada como la principal benefactora del candidato republicano, y al menos veinticinco de sus principales "mecenas" (o inversores) están relacionados con el sector petrolero (15). La explicación es clara: hijo de un extractor y él mismo veterano del mundo del petróleo, Bush es mucho más texano que su padre; sus años estudiantiles de becario en Nueva Inglaterra, en la universidad de Yale y en la Harvard Business School, no hicieron más que reforzar su lealtad hacia el Estado texano. De talante gregario (en la universidad basó su popularidad memorizando los nombres de sus mil camaradas de promoción), se muestra tan cómodo con los apretones de mano como con el juego político texano, donde negocios y buenas palabras se mezclan en cada momento (16).
Más conservador todavía que su padre, más próximo que él a una derecha fundamentalista que es poderosa en Texas, Bush no olvida mostrar un antiintelectualismo jovial. Eso no le ha molestado nunca en un Estado en donde reina la ignorancia.
Desde la elección de Ronald Reagan en 1980, Estados Unidos no ha cesado de "texanizarse". Esa evolución no se interrumpió en absoluto cuando, hace ocho años, William Clinton y Albert Gore ocuparon sus cargos: la población carcelaria ha aumentado un 50%, las ejecuciones (de las que Clinton y Gore se declaran fervientes partidarios) se han hecho rutinarias; prosigue la "guerra" contra los consumidores y revendedores de droga, cada vez de manera más despiadada; las fortunas son más ostentosas y el sistema político es más venal que nunca. Si Bush gana, esa dinámica cambiará simplemente de ritmo.
(1) Robert A. Calvert y Arnold De león, The History of Texas, Arlington Heights, 111: Harlan Davidson, 1990. El historiador estima que un hombre negro adulto, entre 15 y 49 años, de cada 100, fue asesinado por los blancos entre 1865 y la llegada de un gobernador progresista del Estado en 1868.
(2) Molly Ivins y Lou Dubose, Shrub: The Short but Happy Political Life of George W Bush, Random House, Nueva York, 2000.
(3) Daniel Lazare, "USA, la democracia en vías de tosilización", Le Monde diplomatique, edición española, febrero de 2000.
(4) Gary M. Halter, Government and Politics of Texas: A Comparative View, segunda edición, McGraw-Hill, Nueva York, 1999.
(5) Chandler Davidson, Race and Classes in Texas Polifics, Princeton University Press, Princeton.
(6) T. F. Fehrenbach, Lone Star: A History of Texas and the Texans, MacMillan, Nueva York, 1968.
(7) ibid.
(8) Frank Bruni, "Bush Finds Comfort Zone In a Remote Texas Ranch", The New York Times, 22 de julio
de 2000.
(9) Cifras de 1997-1998. Para más información: http;//www.census.gov/statab/www/ranks.html
(10) Louis Dubose, «The Gospels of the Rich and
Poor", The Texas Observer, 12 de noviembre de 1999.
(11) Molly Ivins y Louis Dubose, "Bush and the Texas Environment", The Texas Observer, 14 de abril de 2000.
(12) Cf. John W. Gonzalez, "Urban sprawl in Texas fastest in the countrt", The Houston Chronicle, 26 de diciembre de 1999. Léase también el artículo de Danièle Stewart sobre el tema en "L'Arnérique dans les têtes", Manière de voir, septiembre de 2000, nº 53.
(13) El gobierno federal interviene con frecuencia en los Estados de la Unión para garantizar que algunas normas fundamentales, que se aplican a todos los norteamericanos, sean respetadas.
(14) Chandier Davidson, Race and Class in Texas Politics, Princeton University Press, Princeton, 1990.
(15) John M. Broder. "0il and Gas Aid Bush Bid For President", The New York Times, 23 de junio de 2000. Al recoger cerca de 100 millones de dólares con diferentes donaciones cuatro meses antes de la elección general, Bush ha pulverizado todos los récords en la materia.
(16) Nicholas D. Kristof, "Ally of an Older Generation Amid the Tumult of the 60's", The New York Times, 19 de junio de 2000.