CULTURA PARA LA ESPERANZA número 41. Otoño 2000.

LAS MEGAFUSIONES: UN GOLIATH MODERNO

El fenómeno de la globalización económica no deja de batir records, el último de ellos hace referencia a las fusiones empresariales, ya que Bruselas, a través de la Comisión Europea para la Competencia acaba de dar su visto bueno a la fusión entre America Online (AOL) y Time Warner. Para quienes no hayan oído hablar de estos consorcios empresariales diremos a modo de breve presentación que AOL es el mayor portal mundial de acceso a la red Internet con una cuota de mercado del 40% en EE.UU., y que de Time Warner la prensa dice que es líder en contenidos. Y, ¿qué significa eso de ser líder en contenidos? La mejor respuesta que he encontrado a esta pregunta, aunque con datos de 1998, es echar un vistazo a sus dominios:

Revistas: Time, Sports Illustrated, Fortune, People, Money, Parenting, In Style, Sunset, Health, Martha Stwart Living, Entertainment Weekly, Teen People; 83.25% de American Lawyer, 50% de D.C. Comics y otra docena.

Cadenas de televisión: Warner Bros. (WB), la quinta cadena de televisión en Estados Unidos. Time Warner Cable, con 12 millones de suscriptores (dato de 1996).

Canales de televisión por cable: CNN, CNN International, TBS, TNT, Noticiero Headlines. Películas Clásicas Turner, Cartoon Network, HBO, Cinemax, parte de Comedy Central, E! Entertainment, Court Room Network, Black Entertainment Network, Canal Sega, Time Warner Sports.

Radiodifusoras y cable internacionales: Una parte importante de N-TV de Alemania, Sky Network Television de Nueva Zelanda, Canal VIVA, canal europeo de música por cable, y el Classic V canal de música de Asia.

Películas, TV, producción de videos y salas de cine: El estudio de filmación Warner Bros., los estudios de producción de televisión Warner Bros., Video Warner Bros., Video Mundial Turner, películas Turner, las compañías de producción cinematográfica Castle Rock Entertainment y New Line Cinema, las filmotecas Warner Bros. y Turner (que incluye más de 3.000

películas clásicas de los antiguos estudios de cine MGM y RKO), las caricaturas Hanna Barbera, y cientos de salas de cine alrededor del mundo (Cinemax) con más de mil pantallas.

Editoriales: Libros Time-Life; Little, Brown & Co.; Warner; Oxmoor; Sunset, y el Club Book-of-the-Month.

Productoras de discos: El Grupo Warner Music es una de las compañías productoras de discos musicales más grandes del mundo. Incluye: Discos Warner Bros., Atlantid Recording/The Atlantic Group, Elektra Records/Elektra Entertainment Group, Warner/Chapel Music; WEA Inc.

Internet y colaterales: CNN Interactive WWWebsite, Turner New Media (CD-ROM, etcétera).

— Equipos y promociones deportivas: Los Bravos de Atlanta (beisbol, Ligas Mayores), Atlanta Hawks (equipo de basquetbol de NBA), Campeonato Mundial de Lucha, Goodwill Games.

Otros: Six Flags Entertainment, parque Movie World de Warner Bros. Más de 150 tiendas Warner Bros.

Pues bien, hechas las presentaciones, que de paso nos han servido para acercarnos a lo que hay detrás de la jerga económica actual, supongo que ya sorprenderá a menos lectores el dato de que esta alianza-megafusión, supone crear un nuevo grupo valorado en más de 44 billones de pesetas.

Cifras aparte, quisiera detenerme un poco más en ella porque me parece que es un buen ejemplo para cuestionar tanto "libre mercado" y tanta "libre competencia" y afirmar, sin ningún rubor, que el sistema económico actual no es más que una tapadera que está sirviendo para transformar los antiguos monopolios en gigantescos oligopolios. Eso sí, la globalización económica aporta un matiz que no hemos de olvidar, si antes los monopolios eran generalmente propiedad del Estado hoy los nuevos oligopolios son transnacionales y privados. El equivalente sería algo así como estar gobernados por Franco o por una Junta de 3 o 4 generales, que además hablan en inglés. Ilusionante ¿verdad?.

De la megafusión que nos ocupa llama la atención el esfuerzo que se ha realizado por presentarla como una operación que a pesar de sus dimensiones no compromete la "libre competencia". Los más optimistas creyeron que Bruselas daría su decimocuarto ¡no! a un intento de fusión en lo que va de año, pero lo cierto es que las estadísticas no lo ponían fácil si se piensa que esas negativas se han producido entre más de 1.500 resoluciones positivas. La respuesta final ha sido un sí, pero recalcan que con condiciones: por una parte AOL se ha comprometido a "romper todos los vínculos estructurales" con el grupo alemán Bertelsmann que posee BMG, una de las principales discográficas mundiales y principal fuente europea de derechos de autor, y por otra, Time Warner renunció a fusionarse con la discográfica británica EMI.

El Comisario europeo para la Competencia, Monti, afirmaba que "si Warner, EMI y Bertelsmann se hubieran unido a través de AOL, se habría formado un grupo de tal envergadura dentro del catálogo musical en Internet, que hubiera supuesto un claro abuso del dominio del mercado". Así pues, salvado el peligro de monopolio en el sector de la grabación y edición musical podemos dormir tranquilos ya que seguirá descansando en las manos de 3 o 4 grandes grupos corporativos.

El mensaje de fondo que se ha transmitido es el de que existen los instrumentos necesarios para asegurar la "libre competencia" y, salvado el mito, se acabaron las críticas. Sin embargo, y con los hechos en la mano, creo que el mensaje a transmitir es otro: quieren que asociemos "libre competencia" con que el mercado esté en manos de unos pocos grupos de poder económico, grupos que por otro lado, después de haberse comido a casi todos los peces medianos empiezan a pactar entre sí, ya que el enfrentamiento y las OPAS hostiles son rentables en un primer momento cuando el desequilibrio de fuerzas es evidente, pero no cuando esas operaciones pueden poner en peligro la viabilidad de una compañía.

¿Por qué se fusionan?

Roberto González Amador en su trabajo "Megafusiones, poder de mercado" afirma de las cifras actuales que se mueven en los procesos de fusiones empresariales que "hacen palidecer el valor de las megafusiones de los años pasados: en los años 70, las alianzas que ocurrieron en todo el mundo alcanzaron apenas 90 millones de dólares y sumaron 250 millones de dólares en la década de los 80, de acuerdo con la información oficial". No le falta razón porque nos encontramos en un proceso de concentración impresionante.

Para encontrar un período similar de cambio económico y de fiebre por las fusiones, hay que remontarse a la época de los "barones ladrones" (nombre con el que pasaron a la historia los que protagonizaron la primera "gran ola" de fusiones en EE.UU.) en la década de 1890 y principios del siglo XX. Las cifras que arroja el BM y el FMI son más que significativas: En 1999, las 9.240 fusiones y adquisiciones a nivel mundial entre empresas para crear compañías que controlen amplios segmentos de mercado alcanzaron un montante de casi 3 billones de dólares, una cantidad que es equivalente a 5,4 veces el producto interno bruto anual de todos los países de Africa o a 1,67 veces el producto interno bruto anual de todos los países de América Latina y el Caribe.

Del montante total de esas fusiones y adquisiciones 756 fueron en el sector de telecomunicaciones y medios de información, con un valor de 1.054.000 millones de $; en el sector de firmas de manufacturas hubo 1.814 operaciones de este tipo por un valor de unos 511.000 millones de $. Las fusiones bancarias, 346, implicaron operaciones por 212.000 millones de $; las fusiones entre otras empresas financieras sumaron 194.000 millones de $, el petróleo y la minería 176.000 millones de $, el sector comercio y servicios 151.000 millones de $ con 946 operaciones, etc.

Queda claro que lo de AOL y Time Warner no es un hecho puntual sino que se inserta en un movimiento generalizado, y quizá convenga preguntarse por cuáles son las razones que se suelen dar para justificarlo.

En algunos casos se argumenta que las fusiones son necesarias para no caer en manos de compañías extranjeras a través de operaciones de adquisiciones bursátiles. Tal es el argumento que defiende Endesa para proponer su fusión con Iberdrola, después de haber fracasado en su intento por encontrar una alianza con alguna eléctrica continental; intento del que salieron con la convicción de que desde Alemania y Francia se iba a iniciar una oleada de fusiones transnacionales que podía afectar severamente a España. De la fusión entre Endesa e Iberdrola surgiría un consorcio de unos 6 billones de pesetas, cantidad ésta que si bien supone una protección eficaz frente a cualquier OPA hostil, también implica afrontar algún "efecto colateral" como, por ejemplo, el hecho de que controlarían casi el 80% del mercado de generación eléctrica en España y los decretos de limitación de las empresas energéticas establecen que la compañía eléctrica que controle el 40% del mercado no podrá aumentar la potencia instalada en los próximos cinco años (caso de Endesa); y que la empresa que controle el 30% del mercado (caso de Iberdrola) tiene limitado su crecimiento en los próximos tres años. En definitiva, tienen que deshacerse de 16.000 megawatios de potencia, y el caso es que hemos llegado a un punto en el que una ley que permite que 2 empresas controlen el 70% de la generación eléctrica de un país es un quebradero de cabeza.

Continuando con otros argumentos menos dramáticos que el de "fusionarse o morir absorbidos", se suele afirmar que las economías de escala, que apuntan a mercados de millones de consumidores rompiendo las barreras fronterizas, exigen de las empresas unas dimensiones y unos recursos económicos que muy pocos pueden afrontar por sí mismos y que les exige plantearse estrategias de alianzas con otros para expandirse y dar una mayor rentabilidad a sus accionistas.

Otras veces las fusiones son simples intercambios accionariales entre grupos que comparten intereses en 2 o más sectores comunes. El planteamiento es el siguiente: yo, que soy competencia tuya en el sector del automóvil, te cedo mi parte en ese negocio si, tú, que eres competidor mío en el de las telecomunicaciones me cedes el tuyo. En una operación como ésta es como se desmontó la empresa en que yo trabajaba anteriormente, ambos grupos ganaron cuotas de mercado y, por supuesto, desaparecieron 2 suministradores.

Se pueden encontrar otros muchos argumentos con los que justifican las fusiones: afrontar nuevos retos, poder desarrollar nuevas tecnologías, mejorar la gestión, mejorar la productividad y reducir los costes, dar mejor servicio a los usuarios, etc. Sin embargo, se suele eludir el hecho de que el actual proceso de fusiones supone un mayor control sobre los mercados, una mayor capacidad de presión sobre los ciudadanos y sobre los gobiernos y, por supuesto, una mayor concentración de poder que se opone a una visión democrática de la economía.

En el porqué último de las fusiones y megafusiones están involucradas las reglas del juego que impone el sistema actual, a saber: la búsqueda del máximo beneficio y el que el pez grande se come al chico. Con estas reglas, el período de las adquisiciones y de las pequeñas y medianas fusiones es un simple período selectivo donde se van seleccionando los mejor dotados (suele añadirse también la característica de los que menos escrúpulos tienen), mientras que el período de las megafusiones lo es del afianzamiento-hegemonía de los más fuertes, asegurando su posición de dominio compartido-negociado entre muy pocos.

Consecuencias

Llegados a este punto de las megafusiones se puede decir que la competencia se torna alianza para mantener el status adquirido y, la democracia económica, oligopolio, haciendo la vida económica cada vez más dura y, al mismo tiempo, cada vez más frágil. La crisis del 29 sigue presente en el recuerdo de no pocos, incluido el presidente de la Reserva Federal norteamericana, Alan Greenspan, que advirtió que por las fusiones de bancos se forman megaentidades que pueden poner en peligro el sistema financiero de los Estados Unidos y el mundo «si llegan a fracasar».

Pero además de estos aspectos de carácter más general hay que decir que una de las consecuencias más relevantes de las fusiones es la reducción de mano de obra que se ve involucrada en esas operaciones. La cantinela es siempre la misma: hay que reorganizar la estructura de la empresa racionalizando los medios, optimizando los costes, hay que eliminar la duplicidad de funciones, hay que aumentar los beneficios de los accionistas, hay que, hay que, hay que... y el pato lo pagan miles de trabajadores que se van a la calle.

Y ¿qué decir de los que no se ven afectados por los expedientes de regulación? El trabajador se encuentra inmerso en una estructura inmensa, con cientos de rostros y con ninguno a la vez, con una estructura jerárquica y con tal cantidad de despachos por encima que le llevan a una clara conclusión, su participación en la toma de decisiones es nula. Su papel se reduce a ser un buen profesional que hace bien el trabajo que se le encomienda y que, en el mejor de los casos, puede proponer alguna mejora de cara a optimizar la producción, pero su protagonismo en la vida económica se empequeñece a medida que la empresa crece de tamaño y lo hace de acuerdo a los criterios anteriormente expuestos.

 

¿Por dónde tirar?

La historia nos ha ido poniendo ejemplos de que los modelos y formas de vida que no han favorecido la acumulación de poder en pocas manos no han sido potenciadas, y sí perseguidas, desde las instancias políticas, económicas, sociales y religiosas de turno. Siendo así que hay planteamientos de gran riqueza para los tiempos de crisis en que vivimos que conviene recuperar, profundizar, actualizar y, por supuesto, vivir. Por ejemplo, en la forma de concebir la persona hemos vivido las tensiones entre la visión marxista-colectivista que olvidaba al individuo y su antónimo, el capitalismo, que lo exaltaba y hacia de su libertad un absoluto y, entre los dos extremos, quedaba olvidada la propuesta de una praxis personalista-comunitaria; o en el plano económico en el que hemos vivido también el enfrentamiento entre las políticas estatistas y las de libre mercado y, entre tanto, la autogestión quedaba aparcada.

Precisamente quisiera acabar con una breve reflexión sobre esta última como vía para hacer más humana la vida económica que actualmente todo lo devora. Y quiero hacerlo empezando por dejar clara mi desconfianza en las "terceras vías" que se han planteado últimamente, porque cambiar las formas y mantener los fines puede parecerles bien a los intelectuales de corbata que han de mantener la imagen en tiempos de "bonanza económica", que es en lo que dicen que estamos, pero no para los que afirmamos que vivimos en tiempos de profunda crisis.

El ciudadano es cada vez menos protagonista de las riendas de su vida y se ha acostumbrado a delegar, a asistir como espectador al espectáculo de la vida política, económica, cultural amparado en su capacidad de consumo, al tiempo que despojado de las virtudes necesarias para ordenar sus necesidades.

Desde la autogestión es posible luchar por llevar la economía hacia el lugar que debe ocupar, un lugar que no debe ser otro que el de cubrir las necesidades materiales fundamentales para poder desarrollarnos como personas, y es que para que la autogestión pueda funcionar, como para la democracia, hay un factor fundante que no puede obviarse: la virtud. Sin corresponsabilidad no es posible la autogestión, sin vivir desde la austeridad no es posible la autogestión, sin sentido solidario no es posible la autogestión, sin querer tomar las riendas de nuestras vida en nuestras manos no es posible la autogestión, sin capacidad de lucha no es posible la autogestión, sin capacidad de diálogo no es posible la autogestión. Y claro está, después de estas afirmaciones a algunos les surgirán diversas cuestiones. La primera ¿es posible la autogestión? ¿es posible la democracia? De momento, me basta con decir que es posible ponerse en camino hacia ambas, la cuestión es si creemos que vale la pena o no.

Para muchos hablar de autogestión es hablar de algo que se limita a montar una pequeña o mediana empresa, incluso para algunos se reduce al autoempleo y poco más. Sin embargo, la carga de fondo que lleva el planteamiento autogestionario va más allá. Plantear la autogestión supone plantear un nuevo esquema de gobernabilidad no sólo de la vida económica sino también de la política, donde la demagogia, que se ampara a menudo en el desconocimiento de la gestión y de la realidad social, y la especulación, que campea a sus anchas, se encontrarían en descampado, no bastando el ser un gestor eficaz para alcanzar la representatividad: el sentido social y el compromiso con el bien común serían credenciales irrenunciables.

Sí, la apuesta por la autogestión supone un problema de gobernabilidad de la economía tal y como hoy se concibe, como lo supone el plantear un sistema democrático no formal en el campo político. Esa ingobernabilidad, objeción típica de quienes están cerca o instalados en el poder, seguro que es vista desde otra perspectiva por la mayoría de los habitantes del Tercer Mundo que probablemente vean en las actuales políticas de las grandes corporaciones transnacionales, de Davos, del FMI, del BM, de la OMC, del G7, en la Deuda Externa..., un problema de gobernabilidad.

Tengo que acabar, y no quisiera hacerlo sin referirme brevemente a otra cuestión que puede surgir, la de si la autogestión es una microutopía. Desde el punto de vista de las realidades que hay puestas en marcha, sí. Pero no creo que en los tiempos que corren este sea un gran argumento a sopesar, porque entonces, la única macroutopía que nos queda es el sistema neoliberal. Hay que cambiar el chip y afirmar que la autogestión es una macroutopía porque no es excluyente, es universalizable, y eso no lo puede decir este sistema neoliberal sustentador de la marginalidad y de la desigualdad en que vivimos. Y si la cuestión ya no es una cuestión numérica sino de posibilidad de ser vivida, entonces el problema es ya un problema antropológico, en el que en el fondo lo que hay que dirimir es nuestra concepción del hombre y nuestra esperanza en su capacidad para llegar a serlo.

La historia nos ha ido vacunando tanto contra los pesimismos como contra los optimismos antropológicos, somos trigo y cizaña, y si el campo se abona, se ara y se limpia, es muy distinto a si se le deja abandonado. A pesar de los problemas económico-sociales que vivimos si de algo están enfermas verdaderamente las sociedades desarrolladas en que vivimos no lo es tanto de su economía, que es un desastre, cuanto de su cultura; mal éste que ha socavado ya en muchos no sólo la vivencia de esos valores precisos para poner en marcha experiencias autogestionarias sino hasta la misma esperanza.

Si la economía no puede salvarse a sí misma pongamos de nuevo a la persona en el centro y no dejemos que este gigante siga creciendo con nuestro beneplácito.

Joaquín García

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