CULTURA PARA LA ESPERANZA número 44. Verano 2001.

JUSTICIA Y PAZ

Permítasenos comenzar este editorial con una pregunta a los defensores de la llamada "Globalización Económica": ¿Tiene que ver la desregulación económica propugnada por el neoliberalismo triunfante con las actuales guerras existentes en el mundo?

Porque vivimos en un mundo en guerra, aunque este hecho no aparezca en nuestro país como especialmente preocupante para los ciudadanos, a pesar de que crueles escenas, consecuencia de las guerras, nos son servidas a diario como un plato más de nuestro menú.

Guerras en Oriente Medio: en Israel, Palestina, Siria, Líbano, Irak, etc.; vigilancia armada entre Turquía y Grecia por la partición de Chipre; guerras en Afganistán, en Pakistán, Cachemira y la India; guerra en Chechenia y Georgia; en Indonesia y en Filipinas; en Marruecos y el Sahara; en Argelia, en Sudán, en Somalia, en Ruanda y el Congo, en Liberia, en Sierra Leona, en Nigeria, en Angola; en Chiapas, en Colombia; en el Ulster; en Macedonia; en el resto de los países balcánicos que aún sangran en muertos y desplazados.

Conflictos sociales transidos de mortífera violencia, como, por ejemplo, en Brasil con el problema del reparto de la tierra, y, en general en América Latina; el conflicto armado de Turquía contra sus ciudadanos kurdos. La lacra del terrorismo, por diversos países extendida, entre ellos el nuestro.

Y la violencia institucional y social, de diversos modos ejercida. Porque violencia es la condena a muerte por sida del subcontinente africano; violencia es la reducción en casi el 15% de la renta per cápita de 78 países del Sur entre 1990 y 2000, concomitante con un aumento sustancial del PIB mundial en esa misma década; violencia es el recurso a la corrupción sistémica para que funcionen hoy las democracia representativas; violencia es la irresistible degradación de la naturaleza a que compelen la codicia del beneficio y el productivismo consumista; violencia es la absoluta dominación del pensamiento único y la invasión de los medios de comunicación por los valores y las prácticas violentas.

Desde luego ninguna de las enumeraciones consignadas es exhaustiva.

El mundo está totalmente transido de guerra y de violencia. Porque, mientras todo lo anterior sucede, los países ricos y ¿desarrollados? –entiéndase EE.UU., la UE y Japón, pero, sobre todo, Estados Unidos- ¿a qué se dedican? A preparar la guerra.

Es cierto que algunos países europeos –no nuestro Gobierno, desde luego- han sido renuentes a la nueva Guerra de las Galaxias del Presidente Bus; pero, al final, nadie se ha atrevido a plantarle cara.

Ingentes cantidades de recursos se van a enterrar en armamentos. No, evidentemente, para ayudar a los débiles sino para dominarlos y amedrentarlos.

De lo que se trata es de hacer ver al mundo entero que ellos –los norteamericanos y sus aliados y amigos- son los más fuertes, y, por tanto, todos los demás frente a ellos son débiles, pueden menos y están destinados a sucumbir si se les enfrentan.

Por este camino se busca y se aboca a la violencia institucionalizada a nivel mundial, propia del imperialismo: Un solo país –o un conjunto de países asociados- tiene el monopolio de lo que es correcto en el pensar y en el obrar. A los desobedientes e insumisos se los castiga o se los destruye.

Por eso mismo, necesitan los países imperialistas que las instituciones democráticas –aunque lo sean de manera muy imperfecta- que existan a nivel mundial, como puede ser la ONU y sus múltiples y diversas organizaciones de ella dependientes, no tengan vigor ni medios suficientes y sean sustituidas por otras hechas a su medida, como es el caso del BM (Banco Mundial), del FMI (Fondo Monetario Internacional) y de la OMC (Organización Mundial del Comercio).

Confundiendo la iniciativa privada con el individualismo –el yo individual en cuanto contradistinto y, por tanto, opuesto a los demás-, se instala en la cultura vigente la lucha de unos contra otros por la obtención del éxito en cualquier orden (social, económico, político, nacional, etc.); éxito que se considera auténtico cuando otro u otros han quedado por debajo, vencidos y aún destruidos, se trata de una empresa que elimina a otras, de un grupo étnico que extermina al distinto y forastero, o de la clase de los poderosos que logra desarticular la oposición organizada de los pobres.

La prueba del éxito es que los demás aparezcan por debajo, sometidos, sumisos.

En esta concepción de la vida, en esta cultura, toda lucha, toda violencia es legítima. Dejará de haberla, cuando todos menos uno hayan sido vencidos. Esta es la lógica del imperialismo: utilizando las luchas de unos con otros para que se destruyan o para eliminarlos, lograr que uno solo (para nuestro razonamiento, ahora es irrelevante que este "solo" sea un estado o un conglomerado de empresas transnacionales) domine e imponga su voluntad. A esta situación se le denomina luego el "Orden Establecido".

Se logra así una "paz armada". Desde el emperador Augusto,-con su pax romana-, para acá la humanidad sabe bastante de esas paces armadas -equilibrio de naciones se han llamado a veces- que, casualmente, siempre han sido destruidas por "los bárbaros" desde fuera.

Por eso, ahora, toda la política de EE.UU. y sus socios está orientada a que no haya "bárbaros" que disientan. Se los detecta, se los somete y se los destruye. Aunque los mejores esfuerzos se orientan a asimilarlos, a que entren en la lógica del sistema aceptando sus valores.

El problema, sin embargo, es la visibilidad de las víctimas de este sistema de violencia y guerras. Por ahora no es fácil ocultarlas. Son millones y millones, casi dos terceras partes de la humanidad. Sí se pretende, cínicamente, culpabilizarlas: no son capaces de competir –son incompetentes- y por ello, se merecen su situación.

Pero, por encima de todo, las víctimas están siempre "falsando" el sistema, demostrando la falsedad del punto de partida: el darwinismo social de los fuertes y astutos.

Una de dos: o admitimos sin rubor que cuanto se afirma de la dignidad humana y de los derechos humanos es un mito, y, por tanto, las víctimas son irrelevantes, meros deshechos o escorias del progreso, o tenemos que admitir que el "orden establecido" que se nos ha impuesto es, en realidad, un "cruel desorden". Porque sí es utopía de las malas, después de siglos de andar por este mundo, atreverse a pensar que los valores del sistema pueden acabar con la violencia y la guerra.

Hasta aquí queríamos probar lo absurdo del viejo adagio: "si quieres la paz, prepara la guerra". Si se prepara la guerra, se termina siempre, de una manera u otra, haciendo la guerra, pues es por definición, para lo que se está preparado.

Si se quiere la paz, hay que realizar la justicia; justicia que comienza por ser verdad, por estar en la verdad.

Más que individuo el hombre es persona, y la persona es relación, abertura y relación con los demás. Estamos hechos para vivir ante los demás, con los demás y para los demás.

Hay una socialización y sociabilidad profunda –metafísica, diríamos- en la misma constitución del ser humano. No es sin los otros y es para los otros. El mutuo don consciente nos da la realidad que somos.

Somos fraternidad que se expresa en comunión. La ocupación y preocupación por el hermano es la primordial tarea, y el servicio al hermano, la prueba de que se es persona y de que el amor ha llegado a su perfección que es gratuidad en comunión.

Frente al individualismo que lleva a la lucha se impone un proceso de sanación de la raíz de la persona. Que no hay ni puede haber libertad e igualdad sin fraternidad.

¿Por qué –nos preguntamos con angustia- ha desaparecido la fraternidad del horizonte de los movimientos sociales y de los partidos políticos?

Sin fraternidad vivida y defendida la sociedad se esclerotiza y se endurece, y no puede funcionar sin leyes, sin castigos y sin burocracias.

Sin fraternidad están sentadas las bases para el egoísmo individualista, porque el otro es un extraño, por más que coincidamos en una abstracta naturaleza humana. Sin fraternidad somos individuos de la misma especie, no personas de valor único. Sin fraternidad podemos hacer cálculos y compromisos de conveniencia con los otros, pero no amarnos, y, si no nos amamos, necesariamente nos instrumentalizamos.

Desde tan hondo hay que construir la paz. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, por sentirse hermanos y por buscar la paz.

Desde tan hondo puede comprenderse a Gandhi, a Luther King y al mismo Jesucristo.

Los pacíficos han de comenzar aceptando las heridas que el egoísmo ajeno les inflija. Hacer bien a quien se siente enemigo es el camino más corto para que deje de serlo.

Inservibles las bases individualistas del capitalismo y del neocapitalismo, por un lado, y, por otro, las de disciplina impuesta de los colectivismos, se impone construir la sociedad comunitaria con base en la fraternidad.

Todo esto, desde luego, debe hacerse junto a la labor profética de denuncia continua de las atrocidades sociales de los sistemas en que han cristalizado el individualismo y el totalitarismo.

Justicia, pues, sería dar a hermano lo que el hermano necesita; comenzando por los más necesitados en cualquier orden de cosas. Así habrá comunión fraterna y mesa compartida. Este sería el punto de partida y el criterio para estructurar en justicia y paz toda la sociedad. Si lo primordial es la elevación de los últimos, sí es posible una sociedad estable, capaz de renovarse y progresar en paz. Porque hacer justicia hoy a los pobres no es cuestión de ciencia y técnica, sino de criterios éticos de actuación.

No debemos alargar más este editorial. En el próximo concretaremos cómo formularíamos nosotros un programa de actuación social, económica y política para establecer la sociedad comunitaria que propugnamos. Mientras tanto pueden irse planteando la viabilidad de la "Renta Básica para todos los ciudadanos" que diversos movimientos sociales están actualmente proponiendo.

ACCION CULTURAL CRISTIANA. Sierra de Oncala 7, Bjo. Dcha. 28018 Madrid (España) Correo electrónico: acc@accionculturalcristiana.org