CULTURA PARA LA ESPERANZA número 51. Primavera 2003
Hombre, persona
En lo humano tal vez todo sea cuestión de acentos, es decir, de qué aspecto de una verdad, siempre compleja, se enfatiza. Si un aspecto se acentúa demasiado, se corre el peligro de dejar en la penumbra otros, igualmente valiosos, de la misma verdad y terminar en una enorme y perjudicial mentira.
Decimos esto a propósito de la antítesis, al menos aparente, entre individuo y persona, o, más pertinente en nuestra situación sociopolítica, a la existente entre nacionalismo y universalismo.
En el tema del nacionalismo nos ha dado no poca luz reflexionar sobre un hecho -y otros similares-, chusco, simple y bárbaro si se quiere, pero no tan infrecuente, hasta tiempos no muy lejanos, como fuera de desear. Nos referimos a la salida ritual, cada cierto tiempo, de la muchachada de dos aldeas castellanas a los límites de los respectivos términos municipales para, pertrechados de guijarros y otros proyectiles propulsados a mano, "acantearse" mutuamente hasta que un descalabro un poco más serio ponía fin a tan incivilizada contienda. Lo cual desde luego no impedía que después hubiese multitud de intercambios entre ambas aldeas, incluidos los matrimonios entre miembros de ambas comunidades. Pero con el "acanteamiento" se trataba de mantener inhiesto el honor de la aldea.
Con el nacionalismo tiene mucho que ver -y perdónennos quienes piensan lo contrario- el aislamiento geográfico y cultural en que se vive o ha vivido. Cuando quien escribe este editorial pasó de la aldea a la ciudad para cursar estudios, lógicamente sus paisanos eran los de su aldea; cuando de su ciudad pasó a la universidad de Salamanca, sus paisanos fueron los de su provincia; al llegar a Madrid, lo eran los castellanos de Castilla la Vieja; cuando marchó a Roma, sus paisanos eran los españoles, y en Nueva York se consideraba europeo. Recorrer mundo y vivir otras culturas relativiza enormemente, si uno no es terco y obcecado, el nacionalismo y particularismo de su origen. ¿Será necesario ir a vivir a Marte para considerarse simplemente humano-terrestre? ¿Es posible el equilibrio, al menos, entre todas esas pertenencias?.
Cabe, por desgracia, acentuar la separación entre los dos extremos: el mundo -la humanidad- y la aldea. Ciertamente, la persona -o individuo- aludida es un ser humano -de "humus", tierra- europeo, español, castellano, burgalés y gumielense. Pero podríamos "individualizar" más aún y continuar la enumeración: de la familia de los Díez, tercer hijo de Tomás y Juana y que se llama Diego, es decir, yo mismo. Los extremos, lejanísimos, serían así el mundo y yo.
El problema se agrava si, como se ha hecho casi siempre, tratamos de comprender cada realidad oponiéndola a su contrario -o distinto-, y así europeo por contraposición a asiático, por ejemplo; español, por oposición a francés; castellano, por distinto del gallego; gumielense, frente a los arandinos; de la familia de los Díez y no la de los Suárez, y Diego y no Juan ni Roberto. Al final aparecería un yo -el mío- contradistinto a todos y frente a todos. Esto, sin duda, sería lo lógico en la línea de la individuación. Y el mundo, un enjambre de individuos enfrentados o, en el mejor de los casos, yuxtapuestos.
Pero lo que sucede es que el individuo humano es especial (a diferencia de las piedras, los árboles o los animales), porque es individuo personalizado o persona individualizada, y, aparte concreciones filosóficas y religiosas, ello quiere decir que es un individuo con conciencia, o sea: Por una parte, inteligente para hacerse cargo de la realidad y libre para tomar opciones y alternativas frente a esa realidad a la que responde, de la que se hace responsable, y por otra parte, abierto a la relación con las demás personas con las que está avocado a compartir el conocimiento de la realidad, la responsabilidad sobre ella y la regulación de la convivencia entre las personas con las que convive -vive con- en paz y armonía.
Ahora bien, esa personalización no le viene a nadie por ser de la familia Díez, o gumielense, o burgalés, o castellano, o español, o europeo. Le viene por el hecho de ser humano, de ser hombre o mujer con inteligencia y libertad; lo que le dota de tal dignidad y valor que nadie puede sometérselo o apropiárselo como nadie puede apropiarse la divinidad.
Del mismo modo que en Castilla, por ejemplo, existen plantas endémicas o autóctonas, y no por ello tiene sentido atribuirles ninguna dignidad por arraigar en esa tierra; igualmente tampoco tiene sentido atribuir mayor dignidad a ningún humano por haber nacido de determinada tribu o nación. Cuando esto -tan obvio- no se tiene en cuenta hasta puede "totemizar" a un árbol o a una piedra y convertirlo en el dios de la tribu.
Ya sabemos que no existe el ser humano en abstracto, sino concretado en personas individuales de un determinado tiempo y lugar, lo que da lugar a diversas culturas que enriquecen, cuando entran en comunión, a la humanidad entera. Lo que afirmamos es que, cuando la valoración del tiempo y lugar propio se absolutiza, se obnubila lo específicamente humano común a todos y no sólo se dan enfrentamientos y guerras, sino auténtica degradación, deshumanización, descenso a la categoría de animalidad. Por ello, un criterio claro para valorar las diversas culturas -y, por supuesto, nacionalismos- es si en sí mismas llevan gérmenes de enfrentamientos con las demás culturas o pueblos y si están abiertas al diálogo y a la aceptación de los valores ajenos o, por el contrario cerradas sobre sí mismas.
Y cuando, en el colmo de la cerrazón, para afirmar la propia singularidad -o lo que se cree tal- de la tribu, nacionalidad o nación, se amordaza, se excluye o se mata a otras personas, la degradación es total. Ya no somos humanos; porque nunca hay razón para eliminar al otro. La ética -el comportamiento respetuoso con el otro- vale más que la vida propia y la paciencia infinitamente mucho más que la violencia. Ésta, la paciencia perseverante, logra abrir la inteligencia y la voluntad de quien se niega a escuchar; y la vida se nos ha dado no para poder arrebatar la ajena sino para ofrecer la nuestra en servicio y comunión a los demás. Valorar lo que nos une, y, a partir de ahí, ir integrando lo diverso en una nueva síntesis más rica.
Hoy, afortunadamente, crece la conciencia de universalidad, es decir: la aceptación como persona inviolable de todo individuo humano. Por eso, no sólo es cruel y criminal sino también anacrónico (fuera de tiempo y lugar) eliminar vidas ajenas para afirmar y reivindicar lo propio, pasando por encima de la común dignidad de seres inteligentes, libres, responsables. Es absurdo arrogarse el derecho de suprimir el derecho de los otros a la vida.
Aunque a primera vista quizá no pueda parecer pertinente, todo lo dicho hasta aquí nos ha sido sugerido por la proximidad de las elecciones autonómicas y municipales. En estos momentos, pues, cuando en el carrusel electoral se va a prometer lo posible y lo imposible y se van a enfrentar, al menos con violencia verbal, los distintos contendientes, nosotros proponemos que, a la hora de votar por unos o por otros o por ninguno mediante el voto en blanco, cada uno se pregunte:
1º Quienes defienden, por encima de eslóganes y oportunismos, el derecho de todos a la vida en cualquier circunstancia, ahora y no solo para el futuro cuando se haya hecho desaparecer al adversario.
2º Quiénes aciertan en una adecuada jerarquización de los derecho y necesidades de nuestras comunidades, no proponen soluciones oportunistas que no tienen intención o posibilidad de cumplir y no fomentan prioritariamente los intereses de grupos particulares por encima de las necesidades comunes.
3º Quiénes, con propuestas concretas, atienden las necesidades y justas demandas de los últimos, de los pobres.