CULTURA PARA LA ESPERANZA número 53. Otoño 2003
Los Profetas: los pobres son defendidos por Dios
Estructurar la exposición sobre el esquema del Éxodo, puede servirnos para encuadrar todo lo que significa la defensa que los profetas hacen de los pobres, los empobrecidos, los excluidos...de la sociedad israelita y, desde ahí también, constatar en primer lugar, lo mucho que nos cuesta comprender que la defensa de los pobres tiene que ver con los planes de Dios sobre la historia de los hombres. No deja de ser chocante que, frecuentemente, en los estudios socio-religiosos, a más práctica religiosa hay menos interés por todo lo que se refiere a las cuestiones relacionadas con la justicia social, lo que supone una disociación de lo que Dios dejó unido para siempre desde la epopeya del Éxodo, momento fundante del pueblo de Dios. Con ocasión del Éxodo, Dios jugó fuerte contra el faraón, apostando por aquel grupo de hebreos oprimidos y sometidos al capricho del poder de un hombre endiosado. En este sentido, suenan a implicación decidida por parte de Dios, las conmovedoras afirmaciones con las que se inicia toda la historia del pueblo de Dios: He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído el clamor que le arrancan sus opresores y he conocido sus angustias. Voy a bajar a liberarlos del poder de los egipcios (Ex 3,7.8).
Surge inmediatamente la pregunta sobre si, en la gesta liberadora del Exodo y posteriormente en todo lo que se refiere a la liberación, Dios actúa en directo. Incluso podríamos añorar un tipo de intervención parecida cuando nos enfrentamos a problemas sociales de tanta envergadura como hay actualmente en el contexto global de nuestro planeta.
Ahora bien, en el contexto anterior, donde narra la vocación y la misión de Moisés Dios le dice: Ve, pues yo te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas. Por tanto, ahí está la respuesta: Moisés, un hombre concreto, un hombre histórico, un hombre arraigado en su pueblo, es enviado para que Dios pueda ver, oír, conocer y bajar... Los sentimientos de Dios con relación a los pobres toman cuerpo en la vida y en obra de un hombre concreto; Moisés empieza así una larga historia de mediadores de la salvación, de liberación de Dios, que culmina en el gran y único mediador, Cristo Jesús, el señor. En ese contexto es donde hay que situar la mediación de los profetas.
La vocación del pueblo de Dios era también una vocación de mediación para la salvación. Pero, muy pronto, en la historia misma del pueblo de Israel, éste pasó, de ser mediador de un Dios que se había entrañado en la historia para defender a los pobres y a los afligidos, a ser el instrumento de un Dios ocioso lejano a los avatares de la vida, recluido en su morada celeste y celoso únicamente de sus prerrogativas divinas; un Dios interesado solo en las mediaciones del culto, con las que quedaba contento, como si necesitara de ellas para ser Dios. Así fue cómo se inició una separación de la causa de Dios de la causa de los pobres. El pueblo, salvado de la servidumbre para el servicio, pasó a repetir en su propio seno las violencias interhumanas de las que el mismo había sido objeto, sobre todo la esclavitud de Egipto. Al pueblo de Dios comenzó a fallarle la memoria.....¡cuántas veces recordará el mismo Señor a este pueblo olvidadizo, su condición de esclavo y oprimido en Egipto, incluso para suscitarle interiormente que no repita las mismas situaciones de opresión y esclavitud!
Aquel recuerdo estaba destinado a provocar -si bien no lo provocó- un compromiso agradecido: "Si así nos trató Yahvé, así tenemos nosotros que tratar a los demás".
Precisamente en los momentos de mayor apogeo económico, social y político, cuando las monarquías de los reinos del Sur y del Norte conocen momentos de prosperidad, Judá e Israel, que incluso habían pedido un rey para ser como los demás pueblos, se hacen como ellos... también en las artes de oprimir y empobrecer. De algún modo, era una faceta de la nueva situación política que no pudo ser controlada por las raíces religiosas.
Sin idealizar los anteriores periodos de la historia de Israel -el de Jueces sobre todo- sí se puede afirmar que aquellos fueron periodos en los que estructuralmente era más difícil la pobreza y la exclusión social. Siempre hubo pobres en Israel, pero las relaciones interhumanas se veían favorecidas por modos de gobierno y de convivencia mucho mas igualadores desde abajo. Quizás en el periodo de los Jueces todos los israelitas eran mucho más pobres que en el periodo de las Monarquías, pero no se daban las estructuras para que algunos fueran especialmente a costa de empobrecer a los más débiles.
Desde el punto de vista de la subsistencia económica, social y política, el paso a la Monarquía debió ser, quizás, inevitable en Israel. Pero desde el punto de vista religioso, comportó inconvenientes cuya denuncia pervivió en los círculos religiosamente más rígidos y estrictos. En todo el A.T. pervive una vena profundamente antimonárquica que tiene expresiones preciosas, incluso desde el punto de vista literario. Por ejemplo aquella célebre parábola de la invitación a los arbustos para ver cual de ellos quería ser rey... El olivo dice que no puede ser rey porque ya tiene bastante con dar aceituna para el óleo con el que se ungen los sacerdotes y los profetas. La viña afirma que tiene que dar vino para que alegre el corazón del hombre, por lo que tampoco puede ser rey. Únicamente la zarza, el cardo dice que puede serlo. Dicen que este episodio de los arbustos que se niegan a reinar, es una de las ironías más fuertes y mejor estructuradas de la literatura universal.
Permanecen con fuerza unas tradiciones. Es preciso tener en cuenta lo que en esta postura pudo haber de nostalgia, es decir, de no acoplarse en aquella época a los nuevos tiempos. La teología oficial de Israel hizo la lectura de la nueva situación definiendo al rey como "lugarteniente de Yahvé", contra toda posible tentación de endiosamiento del monarca y como "defensor de los pobres" -según vemos en muchos salmos reales que se utilizaban para la entronización de los reyes y para la conmemoración de aquella entronización- contra todo peligro de despreocupación y descuido por la causa de los menos favorecidos del pueblo.
Sin embargo es cierto que con la nueva situación política en Israel, unida a la siempre presente ansia natural de enriquecerse, aun a costa de los otros se dieron las circunstancias sociopolíticas favorables para el agravamiento de la situación de los pobres. Hubo factores, como el nacimiento de una nueva clase social dirigente en torno a la corte real o la necesidad de cubrir los gastos de las frecuentes guerras de expansión o de defensa -incluidas las provocadas por la división de los dos reinos de Israel y de Judá- que contribuyeron a apoyar aquella situación mucho más tendente a la desigualdad. El mantenimiento de un ejercito permanente -que pasa a ser una realidad en tiempo de la Monarquía, si bien no lo había sido en tiempo de los Jueces cuando la convocatoria a la guerra era algo episódico en momentos de dificultad-, la política de los impuestos, los incipientes modos de producción y de comercio, más allá de las necesidades de la simple supervivencia -más típicas también en el periodo de los jueces-, la multiplicación de los préstamos, abiertamente expuesta a la usura, la posibilidad de acumulación de tierras y casas en manos de unos pocos, la corrupción de los tribunales en perjuicio de los mas pobres y débiles... son aspectos de una nueva situación en Israel que abre las puertas, a veces con ciertos visos de legalidad, al crecimiento del número de personas y de familias que caen en la pobreza y exclusión social.
La experiencia del "pueblo Pobre", que había sido la experiencia desde Israel en Egipto, se convierte en una experiencia de "pueblo con pobres". Al mismo tiempo, fundamentándose en toda una mal entendida teología de la elección, se va desarrollando, de una manera progresiva y acompañando todo ese nuevo proceso, una religiosidad éticamente débil y cultualmente fuerte. A veces se trata incluso de una religiosidad legitimadora de la situación de injusticia y aseguradora de la continuidad del pueblo como pueblo de Dios, a pesar de la corrupción. De hecho, la incondicionalidad de la elección por parte de Yahvé, que existencialmente se traduce en una especie de falsa seguridad -"no nos pasará nada porque media la elección de Yahvé"- jugaba a favor, no sólo del orgullo nacional, sino también de una fuerte resistencia a la conversión ética: "Hagamos lo que hagamos, no nos pasará nada; las promesas de Dios son incondicionales".
Los profetas a sueldo se encargaban de esta legitimación religiosa y había muchos alrededor, sobre todo, pertenecientes a estos círculos mas potentes. Los sacerdotes rebajaban las exigencias de la ley para acomodarlas, falsamente incluso, a lo peor de las nuevas situaciones, y actuaban en abierta contradicción con las exigencias de la Alianza que incluía, junto con las obligaciones relacionadas directamente con Dios, un especial componente interhumano para la creación y para la consolidación de un pueblo eminentemente solidario. De hecho, la defensa de los pobres no empieza con los profetas, sino que es constitutiva de toda la tradición legal de Israel, derivada de su condición de pueblo de la Alianza.
Los tres grandes códigos legales, sobre todo el de la Alianza aunque también el Deuteronómico y el de la Santidad, son contemporáneos de los profetas; hay en ellos muchísimas leyes para las relaciones humanas -leyes anteriores a los profetas, que tendrían que estar en la misma entraña de Israel- fundamentadas en la justicia, en la igualdad y en el concepto de dignidad de todos desde la creación -El Dios creador- y desde el Dios salvador. Profundamente arraigados en estas tradiciones genuinas yahvistas, e impulsados carismáticamente por la especial intervención de Dios en su experiencia religiosa -lo vemos en todos los relatos de vocación de los profetas, la intervención de un Dios que no abandona a su pueblo en los momentos de crisis de fidelidad,...-surgen en Israel y Judá un puñado de hombres cuya misión consiste en restablecer la verdadera imagen de Dios que se va deteriorando, en la teología y en la práctica religiosa.
Es necesario subrayar que, en toda denuncia de la injusticia y de la opresión por parte de los profetas, está en juego la imagen misma de Dios, de Yahvé. Así podríamos decir, que la defensa última es una defensa teológica, es la defensa de la imagen de Dios que se va deteriorando,¡y de qué manera! cuando la teología no va acompañada de una praxis y una ética donde se manifieste y se revele el Dios en el cual se cree. De hecho, la defensa de los pobres que hacen los profetas, no es ajena a la defensa que hacen de Dios. Bien podemos decir que la defensa de los pobres es la cara humana de Dios. La raíz de la defensa del pobre es, en efecto, profundamente teológica. En una religión sin exigencias de justicia interhumana está en juego, no solamente el comportamiento ético moral, sino la imagen misma de Dios. Una vida sin justicia compromete la dimensión religiosa de la misma vida. En su defensa del pobre, el profeta actúa como teólogo y como hombre profundamente religioso. Para el profeta no hay denuncia social que no esté fundada teológica y religiosamente. La recuperación de Dios coincide, en el profeta, con la recuperación del pobre.
En el profeta, el mismo celo por Dios se convierte, en celo por los pobres. El pobre entra en su tarea de restablecer la imagen de Dios, una imagen que, desde el Éxodo, aparecía como la de un Dios preocupado y activo en la suerte de los pobres, de los oprimidos. La lucha social de los profetas es un intento de recuperar, en la teología y en la vida religiosa, al verdadero Dios de Israel, al Dios que se siente ofendido en el desprecio del pobre.
Después de la denuncia social de los pecados concretos contra los pobres, los profetas ponen cantidad de veces en boca de Dios la frase: Oprimís, explotáis... profanando así mi santo nombre. Ese es el Dios que se siente reparado y venerado por la practica de la justicia interhumana. El paradigma de la acción de Dios en la liberación del Éxodo nos va a servir para presentar la relación de los profetas con la situación concreta de los pobres de su tiempo. La gesta liberadora se desencadena y se ensancha, en la preocupación de Dios por la suerte de los pobres. Los verbos que definen esa preocupación son especialmente activos, ver, oir, fijarse, conocer, bajar...
"HE VISTO LA OPRESIÓN DE MI PUEBLO"
Ver la pobreza es el primer paso. Sin esta primera acción la conciencia se queda tranquila -"ojos que no ven, corazón que no siente", dice el refrán- Pero se trata de ver mas allá de las apariencias, porque las apariencias también engañan muchas veces. Por eso, la visión de la pobreza necesita "Ojos dolidos" ya que la aparatosa riqueza es una apariencia que produce muchas veces una fascinación ciega; se necesita que los ojos se queden "dolidos" por otro nivel de visión.
Nos vamos a fijar en dos aspectos, dos casos concretos de esa visión de los profetas: Las capitales de los dos reinos, Samaria del reino del norte y Jerusalén del reino del Sur, que ejercían, sobre todo en la gente del mundo rural, una fuerte fascinación en el tiempo de la Monarquía.
Samaria es una ciudad importante y lujosa, fascinante para quien la ve en su esplendor. Sin embargo, el profeta Amós en este caso, la ve con "ojos dolidos" sumida en terror, repleta de oprimidos, con tesoros de violencia y robos en sus palacios. El profeta invita a ver mas allá de las apariencias y utiliza el verbo contemplar, contemplad a Samaria, para admirar, no su belleza, sino su terror, una gran confusión provocada por quienes no saben obrar rectamente sino solo atesorar violencias y robos en sus palacios; con esta imagen significa que sus palacios han sido construidos a base de violencias y robos, utilizando aunque fueran legales, las artes de empobrecimiento de los demás. Dentro de esos palacios hay también un lujo robado, un lujo injusto, fruto de actividades fraudulentas que dejan pobres en la cuneta, venden al inocente por dinero y al pobre por un par de sandalias, revuelcan en el polvo al desvalido y tuercen el proceso del indigente. (Am.2,6.7). El lujo que existe en Samaria se hace a costa de los pobres.
Frente a una visión entusiasmada de la sociedad, Amós propone una visión realista. Amós no niega la prosperidad, pero la ataca en su propia raíz porque es una prosperidad que deja víctimas, es una prosperidad injusta, los lechos de marfil, las casas de sillares, los vinos exquisitos, los perfumes refinados, las comidas de vacas y terneros son un lujo intolerable. Expresan escandalosamente una codicia insaciable que deja víctimas, unas víctimas que no se ven si no es con "ojos dolidos".
Jerusalénla capital del reino del Sur añadía a su condición de capital de Judá una privilegiada condición religiosa, ser la ciudad del templo, el centro del culto, el sueño mas preciado del piadoso judío. Sólo unos "ojos dolidos" como los de Miqueas podían ver la cara oculta de la ciudad de las delicias: Escuchadme, jefes de Jacob, príncipes de Israel: vosotros que detestáis la justicia y torcéis el derecho, edificáis con sangre a Sión, a Jerusalén con crímenes. Sus jefes juzgan por soborno, sus sacerdotes predican a sueldo sus profetas adivinan por dinero; y encima se apoyan en el señor diciendo: ¿No está el Señor en medio de nosotros? No nos sucederá nada malo. (Miq.3,9.11)
Este texto está considerado como uno de los oráculos mas duros de todo el A.T. Podría parecer que esta dureza se debía a la condición de campesino que tenia el profeta Miqueas, es decir, una especie de "pataleta del campo contra la ciudad". Sin embargo, es cierto que Miqueas era campesino, pero era un campesino de ojos penetrantes capaz de descubrir, mas allá de las apariencias de riqueza y progreso, el precio de tanto esplendor, la sangre y los crímenes, la injusticia infringida a los pobres: trabajos forzados, trabajos no remunerados para las grandes construcciones de Jerusalén, tributos excesivos para mantener el esplendor de la capital. Todo ello puede estar incluido en esa terrible denuncia.
Para el profeta está claro que la relación de los jefes y príncipes con el pueblo los convierte en devoradores, lo que eran las fieras salvajes para las ovejas. Ellos, que tenían que ser pastores, se convierten en fieras que devoran al rebaño: Escuchadme, jefes de Jacob, príncipes de Israel: ¿No os toca a vosotros ocuparos del derecho, vosotros que odiáis el bien y amáis el mal? Arrancáis la piel del cuerpo, la carne de los huesos, os coméis la carne de mi pueblo, los despellejáis, le rompéis los huesos, lo cortáis como carne para la olla o el puchero. (Miq.3,1.4)
Llega un momento en que, el mismo Isaías, el gran cantor de la Ciudad Santa y del Monte Sión, ve a Jerusalén con "ojos dolidos" y pone en labios de Dios un reproche tremendo de infidelidad: ¡Cómo se ha vuelto una ramera la Villa Fiel! Antes llena de derecho, morada de justicia. Tu plata se ha vuelto escoria, tu vino está aguado, tus jefes son bandidos, socios de ladrones; todos amigos de sobornos, en busca de regalos. No defienden al huérfano, no se encargan de la causa de la viuda. (Is.1,21.23)
Mientras en Oseas la prostitución es expresión de idolatría: está en juego la relación muy directa con Dios, en Isaías describe a la ciudad injusta: está en juego la relación con los pobres. "Ojos dolidos" también los de Sofonías, que mira a Jerusalén y en vez de admiración le sale lamento: ¡Ay de la ciudad rebelde, manchada y opresora !No obedeció ni escarmentó, no confiaba en el Señor, ni acudía a Dios. (Sof.3,1.2)
Mirada que se hace especialmente crítica con los culpables e impresionante por su grafismo simbólico: Sus príncipes en ella eran leones rugiendo; sus jueces lobos a la tarde, sin comer desde la mañana; sus profetas, unos fanfarrones, hombres desleales; sus sacerdotes profanaban lo sacro, violentaban la ley. (Sof.2,3.4)
"Ojos dolidos",finalmente los de Ezequiel, que intenta dar razón de la catástrofe de Jerusalén, porque ya es un autor post exílico, y también lo hace con los ojos penetrantes de profeta. Es enviado a juzgar a la ciudad sanguinaria y también ve mas allá de las apariencias: Sus príncipes dentro de ella eran león que ruge al desgarrar la presa, devoraban a la gente, arrebataban riquezas y objetos preciosos, multiplicaban dentro de ella el número de viudas. Sus sacerdotes violaban mi ley profanaban mis cosas santas; no separaban lo sacro y lo profano, ni declaraban lo que es puro o es impuro. Ante mis sábados cerraban los ojos y así fui profanado en medio de ellos. Sus nobles dentro de ella eran lobos que desgarran la presa, derramando sangre y eliminando gente para enriquecerse. Sus profetas eran enjabelgadores que les ofrecían visiones falsas y les vaticinaban embustes diciendo "esto dice el Señor",cuando el señor no hablaba. Los terratenientes cometían atropellos y robos, explotaban al desgraciado y al pobre y atropellaban inicuamente al emigrante. (Ez.22,24.29)
Uno se pregunta, con el corazón como encogido, por qué los profetas son tan pesimistas, y por qué ellos mismos descalificaron a los profetas optimistas contemporáneos suyos llamándoles falsos profetas. El pecado de los profetas optimistas fue no ver, o no querer ver, la realidad, engañarse y engañar. Acabamos de ver cómo les llama el profeta Ezequiel: enjabelgadores, que les ofrecían visiones falsas y les vaticinaban embustes. El enjalbiego es apariencia; la realidad no está en el enjalbiego, sino en la construcción; esa construcción es la que los profetas volvieron a ver con los ojos de Dios. O Dios la volvió a ver con los ojos del profeta, haciendo suya la visión de éstos, como lo había hecho en tiempo del Éxodo, he visto la opresión de mi pueblo... con la diferencia de que, en aquel momento, el opresor era el Faraón y ahora hay faraones dentro de su propio pueblo.
Entonces, como ahora, la misma constatación: no es oro todo lo que reluce: Hijo de Adán, la casa de Israel se me ha convertido en escoria, dice Dios por boca de Ezequiel.
La defensa de los pobres necesita ojos para ver. Los que no ven, o no quieren ver, están del lado de los falsos profetas, de los cuales dice el Señor a través de Miqueas: extravían a mi pueblo. Cuando tienen algo que morder anuncian paz y declaran la guerra santa a los que no les llenan la boca. (Miq.3,5)
"HE OIDO SUS QUEJAS CONTRA SUS OPRESORES... ME HE FIJADO EN SUS SUFRIMIENTOS"
No basta sólo con ver la pobreza. La mirada a la pobreza ha de ser una mirada "crítica", profunda, porque la pobreza no se debe a la casualidad, sino que tiene una causalidad. Se ha dicho, con razón, que la relación de Dios con los pobres tiene dos momentos: lº la defensa del pobre, y 2º el quebranto del opresor, causante de la asimetría de una situación que no corresponde a la voluntad de Yahvé sobre la historia de los hombres. Por muy simplificadora, y hasta demagógica, que parezca la tipificación global de "opresores y oprimidos", es el primer fruto expresivo de una mirada crítica al mundo de los pobres. Sin opresores no hay oprimidos, sin ricos no hay pobres... En la Biblia ya se da esta visión dialéctica de la pobreza y la riqueza que una mirada acrítica tiende a considerar como dos realidades simplemente paralelas.
Como es lógico, no se dan en la Biblia los análisis modernos de esta relación entre pobreza y riqueza que hace por ejemplo, Juan Pablo II en Solicitudo Rei Socialis desde el punto de vista religioso. El texto bíblico no es, en ningún caso, un texto de sistemas económicos en el antiguo Israel, pero la denuncia de la opresión y la riqueza como causante de la pobreza de muchos, sí es el embrión de un desarrollo ético posterior sobre el análisis de los sistemas económicos.
En los profetas existe una mirada critica sobre "la administración de la justicia". Su aplicación sistemática a favor de los poderosos da a la extensión de la pobreza una cobertura legal, incluso cuando es contraria a las exigencias mismas de la justicia. Se trata de una actividad legal tendente a la normalización del empobrecimiento desde el estricto cumplimiento de la ley. Desenmascarar la legalidad de la injusticia es fruto de una visión crítica del ordenamiento jurídico hecha desde el lugar de los pobres. Contra quienes pretenden pretextar que "no hacen nada malo porque están cumpliendo la ley", Isaías denuncia: ¡Ay de los que decretan Decretos inicuos y redactan con entusiasmo normas vejatorias para dejar sin defensa a los pobres de mi pueblo, para que las viudas se conviertan en sus presas y poder saquear a los huérfanos!
Hoy diríamos que se trata de una supresión legal de los derechos sociales, precisamente cuando esos derechos deberían ser celosamente defendidos. Acusación de Dios, por boca de Jeremías: Rebosan de malas palabras, no juzgan según derecho, no defienden la causa del huérfano ni sentencian a favor de los pobres.
No menos crítica es la mirada profética sobre "el comercio desigual". En el fondo, este tipo de comercio esconde el ansia de enriquecerse a costa de los pobres y de sus necesidades básicas. En cuanto al comercio, hay un denuncia del imperialismo económico, representado por Tiro, en un capítulo muy hermoso de Ezequiel, capitulo 27; se trata de un imperialismo que el profeta ve destinado al naufragioTu riqueza, tu comercio, tus mercancías, tu marinería y tus pilotos, tus calafateadores y tus mercaderes, y tus guerreros, toda tu tripulación de a bordo naufragarán en el corazón del mar el día de tu naufragio
Hay también una denuncia del comercio doméstico, cuando ese comercio, más a lo pequeño, se ceba en los pobres. Hay comerciantes cuya intención es exprimir al pobre y eliminar a los miserables, aunque para ello tengan que vender hasta el salvado del trigo, encoger la medida y aumentar el precio. Los resultados que esta actividad pueda tener en el empobrecimiento importan poco. Se llega hasta a comprar por dinero al desvalido, y al pobre por un par de sandalias. Una codicia insaciable que no repara siquiera en los días santos, según dice Amós en el capitulo 8 de su libro. Los ricos están llenos de violencias, los que amasaron esas riquezas mediante el comercio injusto se encontrarán con la severa advertencia de Dios: ¿Voy a tolerar la casa del malvado con sus tesoros injustos? ¿Voy a absolver las balanzas con trampa y un bolsa de pesas falsas? Es una pregunta retórica que contiene un rotundo NO por respuesta; tan rotundo que según Miqueas dice: Os devastaré, entregaré la población al oprobio y tendréis que soportar la afrenta de mi pueblo. Sifonías describe la devastación que Miqueas solo anuncia: Se acabaron los mercaderes, desaparecieron los cambistas, sus riquezas serán saqueadas, sus casas derribadas, las casas que construyen no las habitarán, de las viñas que planten no beberán vino.
Se han hecho ricos explotando. Así es como medran, se enriquecen, engordan y prosperan. Jeremías lo describe con la metáfora del cazador tramposo: Hay en mi pueblo criminales que ponen trampas como cazadores y cavan fosas para cazar hombres. Sus casas están llenas de fraudes, como una cesta llena de pájaros. Por eso hay un juicio ético sobre esta situación: Vuestras culpas han trastornado el orden, la injusticia de unos pocos provoca la pobreza injusta de muchos. La calificación injusta es ya en los profetas un juicio de valor.
Hay también una mirada crítica de los profetas sobre "las políticas de acumulación", tierras y casas en manos de unos pocos. Es una codicia que se convierte en latifundios en una economía básicamente rural, despojando a los pequeños campesinos y reduciéndolos a la pobreza. Según Miqueas se trata de una verdadera trama que pueden realizar los que tienen el poder. Califica los hechos de maldades e iniquidades, con lo que ya está haciendo un juicio ético sobre la situación : "¡Ay de los que planean maldades y traman iniquidades en sus camas! Al amanecer las ejecutan, porque tienen poder. Codician campos y los roban, casas y las ocupan, oprimen al varón con su casa, al hombre con su heredad. (Miq,2,1.2)
El profeta Isaías denuncia también el ansia de acumulación a cualquier precio, describiendo la intención de modo muy gráfico: ¡Ay de los que añaden casas a casas y juntan campos con campos hasta no dejar sitio y vivir ellos solos en el país!. (Is,5,8)
Es la misma codicia que denuncia Ezequiel en el cap. 34 de su libro donde, enfrentándose con los ricos y poderosos, a los que llama carneros y machos cabríos, en oposición a las ovejas de mi pueblo, les recrimina con una metáfora especialmente dura en esa misma línea de "vivir ellos solos y no dejar sitio para los demás": ¡Carneros y machos cabrios! ¿no os basta pacer el mejor pasto que holláis con las pezuñas el resto del pastizal? ¿Ni beber el agua clara, que enturbiáis la restante con las pezuñas? Y luego mis ovejas tienen que pacer lo que hollaron vuestras pezuñas, y tienen que beber lo que vuestras pezuñas enturbiaron. (Ez. 34,17.19)
Mirada crítica también sobre los que se aprovechan del trabajo de los demás "sin pagarles su salario" aunque el que lo haga sea el mismo rey. Jeremías dice al rey Joaquín: ¡Ay del que edifica sus casas con injusticias, piso a piso inicuamente, hace trabajar de balde a su prójimo, sin pagarle salario...! Si tu padre comió y bebió y le fue bien es porque practicó la justicia y el derecho; hizo justicia a pobres e indigentes...Tú en cambio tienes ojos y corazón sólo para el lucro, para derramar sangre inocente, para el abuso y la opresión. (Jer.22,13.17)
El mal está en el corazón mismo del rey y se expresa en unos ojos usureros que ansían para sí todo lo que ven. Estaba en juego la ley del salario recogida en Deuteronomio, 24.14.15: No explotaréis al jornalero pobre y necesitado, sea hermano tuyo o inmigrante que vive en tu tierra, en tu ciudad. Cada jornada le darás su jornal antes de que el sol se ponga porque pasa necesidad y está pendiente de su salario.
Mirada crítica de los profetas sobre "el lujo y la riqueza". Un lujo y una riqueza siempre fascinantes, incluso para los mismos pobres. Es una mirada crítica, teñida de ironía y de reproche: El vacío se adorna, la apariencia engaña, el orgullo esconde vileza, la buena vida ausente de las grandes causas del pueblo.
Amós hace alarde de descripción del lujo en el capítulo (6,4.6): Os acostáis en lechos de marfil, arrellanados en divanes, coméis carneros del rebaño y terneras del establo, canturreáis al son del arpa, inventáis, como David, instrumentos musicales; bebéis vino en copas, os ungís con perfumes exquisitos, y no os doléis del desastre de José -José es una denominación del pueblo- no os doléis del desastre del pueblo.
Para Amós, éstos son los mismos de los grandes palacios, de las casas de invierno y de verano, de las arcas de marfil, de los ricos arcones...(Am.4,1) Y no les van a la zaga las distinguidas señoras: Escuchad esta palabra, vacas de Basán, en el monte de Samaria: Oprimís a los indigentes, maltratáis a los pobres y pedís a vuestros maridos. En la descripción del hiriente lujo femenino Isaías es prolijo e incluso irónico: Porque se envanecen las mujeres de Sión, caminan con cuello erguido y guiñando los ojos, caminan con paso menudo, sonando las ajorcas de sus pies. (Is.3,16)
Así como es prolijo también en la descripción de sus adornos, ajorcas diademas, medias lunas, pendientes, pulseras, velos ,pañuelos, cadenillas, cinturones, frascos de perfume, amuletos, sortijas y anillos en la nariz trajes, mantos, chales, bolsos, vestidos de gasa, de lino, turbantes y mantillas (Is.3,18.23) Irónico e hiriente será también el castigo que, normalmente en los profetas, se ceba siempre en la categoría del pecado, según sea el pecado así será el castigo: El Señor pegará tiña a la cabeza de las mujeres de Sión, el Señor desnudará sus vergüenzas (Is.3,17) Y tendrán: en vez de perfume, podre; en vez de cinturón soga; en vez de rizos, calva; en vez de sedas, saco; en vez de belleza, cicatriz . (Is.3,24)
También en Isaías, la buena vida, que tiene su expresión en la borrachera, es causante de la despreocupación de lo que realmente importa y cuenta: ¡Ay de los que madrugan en busca de licores, y hasta el crepúsculo los enciende el vino. Todo son cítaras y arpas, panderetas y flautas y vino en sus banquetes, y no atienden a la actividad de Dios, ni se fijan en la obra de su mano!. (Is,5,11.12)
Y los profetas, que miran críticamente la pobreza, denuncian la riqueza. Pero viven la contradicción entre ambas, y al juzgar la riqueza como injusta, la llaman iniquidad, pecado, crimen, maldad... Están apuntando hacia el origen del espectáculo desolador, contemplado por sus "ojos dolidos". El crecimiento del número de pobres en el que debía ser, por su identidad, el pueblo de la alianza, un pueblo solidario, nacido de la comunión horizontal que provoca también la comunión vertical de la alianza... Crecimiento del número de pobres debido a que en el pueblo hay criminales que ponen trampas como cazadores y cavan fosas para cazar hombres
"HE BAJADO A LIBERARLOS"
Tercer momento del paradigma del Éxodo: la acción a favor del pueblo oprimido por Egipto, contexto para la vocación de Moisés como mediador, porque es una situación de opresión donde Dios le dice: Te envío al faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas. Yo estoy contigo. ¿Qué hacer por Dios?, es la pregunta, honda y sincera, que el hombre y la mujer religiosos se hacen a si mismos. ¿Qué hacer por el hombre, desde la experiencia misma de Dios? Cuando el hombre se siente llamado, la pregunta anterior se transforma en esta otra no menos honda.
En la disociación de estas preguntas se inscribe el típico tema profético de la relación entre el culto y la justicia. Los profetas no eran enemigos del culto. Como fieles israelitas sabían muy bien que la respuesta a Dios requiere ser expresada en una comunidad de culto que recuerda, agradece y alaba, pero el culto se había vaciado, al ser colocado al margen de la vida, había perdido la dimensión descendente de la relación Dios-hombre, hombre-Dios, que todo el culto está llamado a instaurar y a profundizar. Se habían ido desarrollando unilateralmente las mediaciones cultuales, y se habían debilitado, incluso en ocasiones se habían perdido, las mediaciones de la bajada de Dios para la liberación de los pobres. Alrededor del templo se había desarrollado una urbanización cultual muy marginal respecto a la vida, especialmente en lo que la vida comporta de exigencias de solidaridad. La situación requería un fuerte correctivo ético que los profetas se encargan de asegurar. La acción que Dios pide a su pueblo aúna, hermana, intrínsecamente culto y justicia... Sin la justicia, el culto es un culto vacío, pero sin culto, la justicia no es una ofrenda religiosa. En ese hermanamiento de culto y justicia, que tiene la inspiración profética encontramos un venero impresionante a la hora de reflexionar hondamente en estas dos dimensiones profundamente aunadas.
Es importante recordar la implicación de Dios en la ofensa del pobre, en el cual Él mismo se siente ofendido, y por lo tanto en su defensa, Él mismo se siente acogido y reconocido. Después de la acusación del pecado de Israel, que ha sido ofensa al inocente, al pobre, al desvalido y al indigente, Amós pone en boca de Dios la frase: profanando así mi santo nombre. Y en Jeremías, le recuerda al rey Joaquín el comportamiento de su padre: Si tu padre comió y bebió bien es porque practicó la justicia y el derecho; hizo justicia a pobres e indigentes y eso sí que es reconocerme. (Jer.22,15.16)
El culto vacío es la expresión externa de la falsa seguridad religiosa que intenta tranquilizar la conciencia a través de él. Se expresa muy bien Miqueas quien, después de denunciar los atropellos cometidos por los jefes, príncipes, sacerdotes y profetas, arremete contra su falsa seguridad: Y encima se apoyan en el Señor diciendo ¿No está el Señor en medio de nosotros? No nos sucederá nada malo. ( Miq.3,11)
El Señor está en medio de nosotros es una buena formulación de las consecuencias de la Alianza, sólo que no funciona incondicionalmente, porque esa presencia de Dios y la elección sellada en la Alianza supone un momento de la responsabilidad del pueblo elegido. Dice Amós: Escuchad israelitas, esta palabra que os dice el Señor, a todas las tribus que os saqué de Egipto: A vosotros solos os escogí entre todas las tribus de la tierra. Por eso os tomaré cuentas de todos vuestros pecados. (Am.3,1.2) Buscad el bien, no el mal, y viviréis y -condición para esa presencia-solamente entonces estará con vosotros, como decís, el Señor, Dios de los ejércitos. (Am.5,l4)
La originalidad de situar el compromiso con los pobres en el nivel de respuesta a Dios abre el camino a considerar la vida en justicia y solidaridad, como el culto que Dios quiere, porque, en efecto, los profetas no niegan el culto, pero distinguen muy bien entre el "culto que a vosotros os gusta" y "el culto que Dios quiere". Los profetas no descalifican las formas expresivas del culto, alabadas en muchos pasajes bíblicos, y lugar por otra parte, de reflexión y agradecimiento de las intervenciones salvadoras de Dios a favor de su pueblo. Los profetas descalifican el culto por su vaciedad: No me traigáis más dones vacíos (Is.1) Es decir, descalifican el culto reducido a forma externa, y la Memoria de Dios Salvador reducida a salvoconducto de seguridad engañosa. A Dios no se le maneja con ritos, y el hombre no puede engañarse a sí mismo pensando que con ellos ya ha cumplido con lo que Dios le pide. Cuando piensa así organiza su vida al margen de Dios, no hay coherencia entre la centralidad de Dios en el culto y su marginalidad en la vida. Si se pone a Dios en el centro en el culto es porque se le pone en el centro de la vida. Sólo cuando la centralidad de Dios es envolvente, el culto la celebra, el culto la alaba y el culto la agradece. Sólo quien camina humildemente junto a Dios es un buen celebrante.
El repaso que hacen los profetas abarca todas las dimensiones del culto: son lugares sagrados el templo y los santuarios, el sábado, los novilunios, las fiestas, los actos del culto, sacrificios, ofrendas, oblaciones, los ministros... Y en todas las manifestaciones subraya el mensaje profético como "gusto humano" -el culto que a vosotros os gusta- su exterioridad vacía, su multiplicación y la falsa seguridad que producen, a veces tan clamorosa, que todas ellas son calificadas como pecado. Significativo es el texto de Amós: Marchad a Betel a pecar, en Guilgal pecad de firme: ofreced por la mañana vuestros sacrificios y en tres días vuestros diezmos; ofreced asimos, pronunciar la acción de gracias, anunciad dones voluntarios, que eso es lo que os gusta, israelitas. (Am.4,4.5)
O el de Oseas: Efraín multiplicó sus altares para pecar; para pecar le sirvieron sus altares. (Os.8,11)
El culto que le gusta a Israel resulta ser, por vacío y engañoso, un culto pecaminoso. De ahí la fuerte reacción de Dios, expresada por los profetas con verbos especialmente duros que muestran un Dios airado, decepcionado por la multiplicación de una actividad cultual, con la que Israel pretendía alcanzar su benevolencia: Detesto y rehúso vuestras fiestas, no me aplacan vuestras reuniones litúrgicas; por muchos holocaustos y ofrendas que traigáis, no los aceptaré, ni miraré vuestras victimas cebadas. Retirad de mi presencia el barullo de los cantos, no quiero oír la música de la cítara. (Am.5,21.23)
¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? Estoy harto de vuestros holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de novillos, corderos y machos cabríos no me agrada ¿Por qué entráis a visitarme? No me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, sábados, asambleas, no las aguanto. Vuestras solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no soporto más. Cuando extendéis vuestras manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. (Is.1,11.15) Isaías da una buena clave para entender la vaciedad: la coexistencia de festividad e iniquidad es como un matrimonio que no puede celebrarse. Situar la practica de la justicia interhumana en estrecha conexión con el culto, es enormemente sugerente, no sólo porque la práctica de la justicia aparece como condición o consecuencia del culto verdadero, sino porque orienta a considerar la misma vida como culto, que se va a consumar totalmente en el sacrificio de Jesucristo.
La carta a los Hebreos sacará las últimas consecuencias de esta orientación profética, y la aplicará al nuevo culto instaurado por Cristo como la realización definitiva del Salmo 40: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas y en cambio me abriste el oído: no pides holocaustos ni sacrificios expiatorios, entonces yo digo "Aquí estoy" porque está prescrito en el libro que cumpla con tu voluntad, Dios mío, lo quiero, llevo tu ley en las entrañas.
A todas las descalificaciones que los profetas hacen del culto, Amós contrapone un camino interior de búsqueda de Dios: Buscad al Señor y viviréis buscad el bien, no el mal, odiad el mal, amad el bien, instalad en el tribunal la justicia. (Am.5,6.y14.15) Que fluya como agua el derecho y la justicia como arroyo perenne. (Am.5,24) Isaías: Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar el mal, aprended a obrar el bien, buscad el derecho, enderezad al oprimido, defended al huérfano, proteged a la viuda. (Is.1,16.17)
A la falsa seguridad en el ámbito del templo, dice Jeremías: Si enmendáis vuestra conducta y vuestras acciones, si juzgáis rectamente los pleitos, si no explotáis al emigrante, al huérfano y a la viuda, si no derramáis sangre inocente en este lugar, si no seguís a dioses extranjeros para vuestro mal, entonces habitaré con vosotros este lugar, en la tierra que di a vuestros padres, desde antiguo y para siempre. (Jer.7,5.7)
Frente a un día de ayuno, en el que busca el interés, se apremia a los servidores y se realiza entre riñas y puñetazos, el Señor anuncia por medio de Isaías el ayuno que Él quiere: Abrid las prisiones injustas, haced saltar los cerrojos de los cepos, dejad libres a los oprimidos, romped todos los cepos, partid el pan con el hambriento, hospedad a los pobres sin techo, vestid al que veis desnudo y no te cierres a tu propia carne. (Is.58,6.7)
En el paradigma del Éxodo, la acción de Yahvé que baja a liberar a los hebreos oprimidos, me ha servido para enmarcar la llamada a la acción en defensa de los pobres, que hacen los profetas. Al introducir en el tema profético la relación entre culto y justicia, he pretendido señalar que la acción con la que el hombre intenta responder -en la acogida y agradecimiento a la liberación como don, entraña misma de todo culto- se ve remitida por Dios a la liberación como ofrecimiento de un estilo de vida interhumana y en la defensa de los pobres. El ascenso a Dios a través de la mediación cultual debe tener en cuenta el descenso de Dios para liberar a los pobres, a través de una mediación existencial de quien practica la justicia y ama la lealtad.
Queridos amigos: Ojos dolidos para ver; mirada crítica para discernir; corazón convertido para responder, podrían ser otros tantos momentos en los que se encuadra la defensa profética de los pobres. Una defensa hecha por hombres que percibieron claramente que, al Dios que se entrañó en la historia para salvarnos, no se le puede responder al margen de la historia, sobre todo allí donde la historia más se duele, en los empobrecidos, en los excluidos de nuestra sociedad.
Pedro Jaramillo
Vicario General de la Diócesis de Ciudad Real
(Conferencia impartida en el Aula de Teología
de la Universidad de Cantabria,
curso 2OO2-2003)