CULTURA PARA LA ESPERANZA número 37. Otoño 1999.
Algunas notas para repensar la dimensión laical en nuestra Iglesia
A Pepe Luis, que vive su militancia en el seno del Padre.
Declaración de intenciones
A lo largo de este artículo pretendemos realizar una reflexión sobre el papel del laico en la Iglesia y en la Sociedad. No se trata, solamente, de una revisión de los comportamientos y de las actitudes que los laicos tienen - tenemos- en nuestra condición de laicos; sino más bien de revisar una serie de documentos del Magisterio de la Iglesia, donde se perfila y se dibuja con total diafanidad el papel que los laicos debemos jugar en esta sociedad y en esta Iglesia de finales de milenio.
Quizás alguien piense que son muchos los artículos y los libros escritos sobre este tema. Es cierto. Se han dicho muchas cosas y muy bien dichas sobre la dimensión laical en la iglesia, sobre el papel del laico en el mundo y en la Iglesia. Los mismos documentos del Magisterio podríamos incluirlos entre la abundante literatura sobre este tema. Pero esta profusión de documentos no se acompaña con una presencia significativa de cristianos laicos, hombres y mujeres, que quieren vivir su fe, desde una perspectiva militante, que les empuja a evangelizar y transformar el mundo.
Para otros, hablar ahora del laicado es algo obsoleto o anacrónico. Estos son los mismos que abominan del término “militante”. Prefieren otras expresiones con menor carga. Animadores, voluntarios, etc. Suelen ser estos, personas afectadas por uno de los dos males más frecuentes en nuestra iglesia española: el clericalismo y la progresía.
Frente a unos y otros, hay que afirmar con toda contundencia, que si la Iglesia pretende evangelizar este mundo materialista y neoliberal, requiere la participación de hombres y mujeres que, viviendo en el mundo, formando la sociedad, sepan hacer una síntesis Fe - Cultura que haga explícito el anuncio de Jesús ante el resto de la humanidad.
Comenzaremos
definiendo el laico, con las palabras del Concilio Vaticano II:
“Los
laicos son todos los cristianos (a excepción de los miembros que
han recibido un orden sagrado o que están en un estado religioso
reconocido por la Iglesia) que, incorporados a Cristo por el bautismo,
constituidos en pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de
la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo, ejercen,
por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia
y en el mundo” (LG, 31).
Es esta una definición muy rica en matices: por un lado se presenta el laico “en positivo” (el laico es... y no - como en documentos anteriores- el laico no es...), por otra parte se contempla a la Iglesia como pueblo de Dios, integrados por diversos ministerios. También se aprecia el carácter “fundante” del Bautismo, que nos vincula a Cristo y nos hace partícipe de sus funciones, para ejercerlas en la Iglesia y en el mundo.
Echemos, pues, un vistazo a nuestro mundo y a nuestra Iglesia, para situar el marco global en el que viven, luchan y celebran la fe los cristianos laicos.
¿En qué mundo vivimos?
Está claro que no es este el lugar para hacer un exhaustivo análisis de los problemas de nuestro mundo. Son muchos los artículos publicados en esta revista que responden a este análisis. Sí pretendo señalar algunos de los rasgos que configuran nuestro mundo, que configuran nuestra sociedad y que tienen - o deben tener- unas implicaciones en el ser del cristiano laico.
1. El empobrecimiento vertiginoso de los pueblos del Hemisferio Sur, que conduce a millones de personas a unas condiciones de vida infrahumana, donde el hambre, las guerras, la enfermedad, la muerte son realidades cotidianas.
2. El deterioro medioambiental, que alcanza dimensiones planetarias y es consecuencia del despilfarro de los bienes de consumo, por un porcentaje muy pequeño de la población mundial, mientras que a una mayoría se le imponen restricciones de todo tipo.
3 .La inevitabilidad de la exclusión. El paro, las bolsas de pobreza son realidades con las que nos hemos habituado a vivir y ya no cuestionan nuestras conciencias.
4. La manipulación de conciencia ejercida por los medios de comunicación, cada vez concentrados en menos manos, que acaba proporcionando e imponiendo modas, modelos y hasta concepciones axiológicas.
5. La ausencia de paradigmas en el ámbito cultural. Es la era de la fragmentación, no hay valores fuertes, no hay verdades importantes. Todo es relativo.
6. La invitación constante a la privacidad en todos los ámbitos de la persona, que conduce a la desaparición de las tradiciones culturales utópicas y a un pesimismo antropológico.
7. Hay una vuelta al interés por cuestiones de sentido. Se aprecia un rebrote de la dimensión espiritual de las personas, pero alejada de las organizaciones religiosas. Es la cultura de la “new age”, la nueva era, los nuevos espiritualismos, donde el elemento religioso se difumina en ámbitos “macro-religiosos” (pasamos de Dios Padre a los dioses macrobióticos, a los dioses ecológicos). Son estos algunos de los valores emergentes, que configuran el nuevo eje axiológico del hombre post-moderno.
Estos rasgos, junto con todos los que constituyen y caracterizan la cultura en la que vivimos, van calando en las formas de pensar, en las formas de actuar, en las formas de vivir de los hombres y mujeres de nuestro mundo y de la Iglesia.
¿Qué podemos decir de la Iglesia?
Sociológicamente nuestra Iglesia es una Iglesia de ancianos. Según datos de la Conferencia Episcopal Española “entre el 80 - 85% de los católicos participantes en la Iglesia, a través de la misa dominical, de la realización de algún servicio o de la pertenencia a alguna asociación apostólica, se sitúa en la franja de edad de los 55 a los 80 años. Alrededor de un 5 - 10% se ubica entre los 18 y 35 años y, escasamente sobrepasa el 5%, el número de los que hay en la Iglesia con edades comprendidas entre los 35 y 55 años.
Si analizamos la realidad del clero, el panorama no es mas esperanzador. En el estudio “Declive sacerdotal y cambio estructural en la Iglesia católica en España y los EE.UU. de América” , elaborado en 1990, a partir de los datos de 20 diócesis, 10 de aquí y 10 de allí, se realizan algunas proyecciones de futuro que apuntan en la dirección de los antes señalado. Del año 1966 al año 2005, bajo supuestos moderados, ni optimistas, ni pesimistas, la previsión para España es una disminución en el número de sacerdotes diocesanos activos del 70%. En valores absolutos, el tamaño de la población de sacerdotes pasará de 6.454 en 1966, a 1.910 en el año 2005. Son valores promedios. No tiene la misma incidencia en todas las diócesis, pero la tendencia es esta.
A la disminución del número de presbíteros hay que añadir el envejecimiento paulatino y el estancamiento pastoral. Se mantienen inercias, se vive con un cierto acomodamiento, se hace una pastoral de mantenimiento en lugar de una pastoral realmente evangelizadora. Esto supone una perdida de plasticidad apostólica, para hacer frente a los problemas cambiantes del mundo de hoy.
La vida de la Iglesia pivota sobre las parroquias, estructuras geográficas y burocráticas, pero con poca capacidad evangelizadora. En 1989 se celebró el Congreso “Parroquia Evangelizadora”. En la ponencia de apertura de dicho congreso se afirma: “¿Evangelizan nuestras parroquias?. Están estancadas. Hay agua en ellas y hay vida, pero están estancadas. Ni corre hacia el mar, ni riega la tierra. Las parroquias siguen representando una posibilidad de misión que no acaba de desplegarse con el vigor evangelizador que nuestra Iglesia necesita”. La vida de las parroquias es una vida muy rica: Hay muchas actividades (catequesis, grupos de formación, talleres de oración, etc.), hay mucho calor humano, pero ¿por qué no son capaces de formar militantes cristianos, laicos adultos capaces de dar testimonio de su fe en los ámbitos de la vida y del trabajo, proyectando una presencia misionera y transformadora en los pueblos y ciudades en que se ubica la parroquia?.
Por otra parte, la realidad asociativa es muy pequeña, aunque en las últimas décadas se aprecia un incremento de grupos y comunidades que surgen en el seno de la Iglesia (neocatecumenales, carismáticos, etc.). Pero hay que destacar la tendencia marcadamente espiritualista de estos grupos, en los que la fe es un elemento celebrativo y de carácter privado.
Este desplazamiento de la religiosidad hacia ámbitos privados, es recogido por J.I. Calleja: “así la religión pasa a ser un asunto de opción personal centrada en la esfera de lo privado, para ejercer función de sentido, consuelo, estímulo, calor humanos, etc.”
Pero la privatización de la fe supone la eliminación de la función pública, crítica, utópica y liberadora de la esfera económica, social, cultural y política del cristianismo. Lo que a la larga supone, una ausencia evangelizadora de la Iglesia en esos ámbitos.
No quisiera terminar el análisis de la Iglesia, sin mencionar otra realidad asociativa a la que voy a denominar: “contra la Iglesia mejor”; son la vieja progresía; muy críticos con la Iglesia, pero tremendamente conciliadores con determinados opciones políticas y económicas. Una carencia de análisis y una miopía existencial (buscan la utopía desde los consabidos tópicos) son un elemento configurador de estas personas.
¿Y qué podemos decir de los laicos?
Tomando como referencia lo señalado anteriormente, podríamos resumir las carencias más notables que se constatan en el laicado:
Clerical, con distintos niveles de compromiso, pero siempre dentro del ámbito eclesial, sin tener clara la propia dimensión laical.
No adulto, en el sentido de su gran dependencia del sacerdote, al que se contempla como “superior” en el sentido religioso del término, y con el que no se establecen relaciones de corresponsabilidad.
No formado, disponiendo en el mejor de los casos de una formación catequética, incluso litúrgica, pero no con una formación integral que le capacite para actuar en el mundo.
Medroso ante el mundo. Se siente incapaz de enfrentarse al mundo, de luchar contra las injusticias; en el mejor de los casos se hace frente al mundo desde el ámbito privado (tareas profesionales, personales, ... pero sin motivación religiosa), desde un quehacer asistencial o desde el compromiso “light” con una ONG, que no responde a una conversión integral y con rara participación en el ámbito de la política, economía, sindicalismo, etc.
Con una importante privacidad en su forma de vivir la fe, sin ningún peso de la dimensión comunitaria.
Que relativiza en unas circunstancias el Magisterio de la Iglesia (progresía), que relativiza en otras la dimensión crítica, utópica,... (espiritualistas).
Sin un discernimiento serio de la realidad desde el Evangelio, que le ayude a superar esos tópicos.
Los rápidos cambios sociales, la realidad de la Iglesia, exigen recomponer la dimensión laical, de los miles de hombre y mujeres que son Iglesia, que se sienten Iglesia. Es una tarea urgente (los perfiles sociológicos diseñados en la Iglesia, aconsejan no demorar durante mucho tiempo la necesarias tareas de reestructuración eclesial) e importante (una Iglesia que quiere ser misionera no puede prescindir de la proyección evangelizadora de los laicos en los ambientes).
Para realizar esta tarea disponemos de una gran cantidad de aportaciones desde el Magisterio; partiendo de los documentos del Concilio Vaticano II, especialmente “Lumen gentium” y “Apostólica actuositatem”; pasando por la “Christifidelis laici” de Juan Pablo II, hasta la instrucción del episcopado español “Los cristianos laicos, Iglesia en el mundo”. Son todos ellos documentos específicos en los que se profundiza en la dimensión laical.
Existen otra serie de documentos, también pertenecientes al Magisterio, que sin abordar específicamente el papel del laico en la Iglesia y en el mundo, hacen referencia al mismo. Entre estos documentos se pueden citar: las encíclicas “Solicitudo rei socialis”, “Familiaris consortio”, la exhortación “El laico cristiano, testigo de la fe en la escuela”, las ponencias del Congreso de “Evangelización y hombre de hoy”; diversas aportaciones de la Conferencia Episcopal española, etc.
También debemos tener presentes las experiencias de aquellos militantes cristianos, hombre y mujeres que han sabido ser Iglesia desde la especificidad de su condición laical.
Quiero terminar con las palabras de otra gran encíclica, “Evangelii nuntiandi” de Pablo VI, donde se presenta con claridad la dimensión laical : “Los seglares cuya vocación específica los coloca en el corazón del mundo y a la guía de las más variadas tareas temporales, deben ejercer por lo mismo una forma singular de evangelización. Su tarea primera e inmediata no es la instalación y el desarrollo de la comunidad eclesial, sino el poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas escondidas, pero a su vez ya presentes y activas en las cosas del mundo. El campo propio de su actividad evangelizadora es el mundo vasto y complejo de la política, de lo social, de la economía y también de la cultura, de las ciencias y de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional, el sufrimiento, etc.”.
Como se puede ver, la tarea es amplia. ¡Hagámosla!.
Frco. Javier Gurdiel